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Halitosis de la ultraderecha europea

13 de noviembre de 2018

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Aquí, en América Latina, la halitosis imperialista va extendiendo sus tentáculos y victimiza a gobiernos progresistas y alientan calumnias en causas jurídicas para encerrar a sus principales líderes populares.

Pero en Europa esto no es necesario, porque la actuación de la ultraderecha, en su versión populista, ha logrado encerrar en un círculo a gran parte de los países del oeste de la región, y se enseñorea con los del este en su versión proclive a la guerra.

Las consecuencias de ello se pueden notar a simple vista, porque cada vez más hay pueblos que están siendo atraídos por ideas racistas y xenófobas, siguiendo el dictamen de partidos guiados íntegramente por lo más notorio de la reacción.

Esta aprovecha el torrente migratorio provocado por las políticas bélicas e imperialistas en los países donde el modo de vida se ha hecho insoportable, y la cuestión de permanecer y luchar frente a la represión y la muerte, sin armamento material y espiritual que lo sustente, no ha tenido oído receptivo y no pasa de ser una mera consigna.

El cercano ejemplo de la salida británica de la Unión Europea o Brexit se enmarca en ese divorcio con lo establecido, que tampoco es tan bueno, El rechazo de la primera ministra Theresa May a una nueva consulta, desoye la masiva marcha atrás de una población que no había medido las consecuencias del divorcio en el referéndum del 2016, en el que influyó la amplia votación favorable a la reacción del Reino Unido en las elecciones al Parlamento Europeo.

Precisamente, esa ultraderecha se frota las manos ante los nuevos comicios parlamentarios de mayo del 2019, en los que expondrá una unión que le ha deparado éxitos en la propia Gran Bretaña, Suecia, Austria, Alemania, Polonia, Suiza, Suecia y Hungría, aunque sorpresivamente no ha sido así en Francia, donde concurre el mayor movimiento en ese sector.

 

Revive el fantasma del fascismo

A mediados de la década de los años ´30 del siglo pasado, en Europa había más dictaduras que democracias. Todas ellas y acorde a la situación de la época, eran enormemente nacionalistas y tenían poco apego a las libertades que se disfrutaron en algo en esos mismos países.

Con la excepción de los checoslovacos, el resto de europeos del centro y del este vivían en autocracias, situándose como máximo exponente de esta mayoría la Alemania nacionalsocialista y la Italia de Mussolini. Ochenta años después han revivido viejos fantasmas del continente como consecuencia de los resultados de los más recientes comicios al Parlamento Europeo, y nada optimista al respecto se vislumbra para los venderos de mayo del 2019.

El 11 de octubre del 2008, Jorg Haider, gobernador de Carintia, una región al sur de Austria, moría en accidente de tráfico. Aquel hecho fue especialmente llamativo en los medios de comunicación europeos dado que el político nacido en Klagenfurt formaba parte del partido Unión por el Futuro (BZO por sus siglas en alemán), un partido de extrema derecha xenófobo y cuyas simpatías por algunos elementos y políticas del régimen de Hitler dejaba clara su posición respecto a ciertos temas.

Y es que sólo dos semanas antes, el BZO y un partido de la misma tendencia, el FPO, habían cosechado un 30% de los votos en las elecciones parlamentarias austriacas. Aquello sorprendió y alarmó, porque a pesar de que la crisis económica global había estallado el mes anterior, partidos abiertamente extremistas ya se habían hecho con casi un tercio del poder parlamentario en un país que se creía avanzado en cuestiones de la “democracia representativa” como era Austria.

A partir de ahí, el fenómeno de la extrema derecha empezó a expandirse por Europa al mismo ritmo que se hacía más visible para la opinión pública de muchos países. Se estaba reproduciendo un fenómeno que hacía muchas décadas que no tenía esa proyección en el continente. Partidos extremistas ya existían en bastantes países europeos, pero siempre habían tenido un apoyo muy bajo en las elecciones y una presencia política marginal. Sin embargo, ahora se empezaban a inflar a medida que la crisis iba arreciando.

Formaciones como el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Reino Unido, Amanecer Dorado en la maltrecha Grecia o el Jobbik húngaro empezaban a ser nombres comunes en los oídos de muchos ciudadanos. Los partidos tradicionales, fuesen populares, democristianos, socialdemócratas, socialistas o liberales, habían perdido cada vez más terreno como consecuencia de su mala gestión de la crisis y el desencanto popular que ésta provocaba sobre el sistema político y sus partidos, dejando un hueco que con enorme habilidad estaban ocupando estas formaciones con un discurso simple y directo, aunque potencialmente peligroso para las democracias europeas.

Diez años después de que Haider desapareciese, la burbuja se sigue hinchando sin saber cuándo ni cómo parará.

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