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Trump proteccionista se va imponiendo

15 de octubre de 2018

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Realmente, la política económica de Donald Trump está siendo respaldada por la oligarquía financiera local y va logrando su cometido augurado en su campaña electoral de mantener el crecimiento económico y disminuir el desempleo, más caro a los magnates industriales y a la clase alta, sin importar que ello vaya en detrimento de los programas sociales, principalmente la salud y la educación, y el abandono a los más desfavorecidos, entre ellos a los migrantes y grupos étnicos.

No hace mucho escribimos sobre ello, porque era presuntamente determinante para las próximas elecciones de término medio en noviembre venidero, en las que los opositores demócratas al parecer asumirán el control de la Cámara de Representantes, aunque no el Senado.

De todas maneras, decía el especialista cubano Santiago Pérez Benítez a Telesur, no hay que olvidar que la política en general no tendría cambios significativos, por lo que no nos deberíamos hacer ilusiones, aunque se espera que la postura contra Trump pueda incrementar el número de votantes, algo que no comparte otro avezado investigador, James Petras

Aunque se dice que su táctica del palo (incremento de tarifas) y la zanahoria (países que podrían beneficiarse de excepciones; es decir, de un aumento menos agresivo e, incluso, de exenciones) no iba a darle resultado, lo cierto es que sí. La única nación que le ha hecho frente consecuentemente ha sido China, que responde de tú a tú la guerra comercial que Estados Unidos le ha impuesto.

Salvo mercados anglosajones como Reino Unido, inmerso en una dura negociación con Europa por el Brexit y necesitado de perfilar su mapa de acuerdos de libre comercio tras el divorcio de la Unión Europea, o Australia, titubeante ante los cantos de sirenas de Trump, los grandes aliados de EE.UU. no han sido consecuentes con sus declaraciones de oponerse al proteccionismo de la mayor economía del planeta.

Aún está por determinar si el alza de tarifas impuesto por Trump puede ayudar a crear empleos, pero creo que es la rebaja de impuestos a quienes más tienen y pueden entonces abrir nuevas industrias.

El alza de tarifas no garantiza la defensa de los empleos estadounidenses, como creyó George W. Bush en marzo del 2002 para justificar su decisión de elevar, del 8% al 30% los aranceles a la importación. Esta recurrente ocurrencia republicana, en su penúltima versión, sólo duró un año y medio, hasta diciembre del 2003. No consiguieron reactivar el empleo de esta vetusta, aunque todavía estratégica industria.

En la Casa Blanca ha habido una guerra entre proteccionistas, los responsables de comercio y los ya dimitidos Gary Cohn y Rex Tillerson, y los elementos que asesoran a Trump son quienes se han impuesto.

El sector sufrió su gran desplome de puestos de trabajo al inicio de los ochenta del siglo pasado, al pasar de una plantilla de 453 000 en 1979, a otra de 236 000 en 1984. Después de alcanzar su clímax en 1953: 650.000 empleos. Desde 1972 hasta el 2014 este segmento manufacturero ha perdido la mitad de sus trabajadores en el mundo, según la Oficina de Estadísticas Laboral de EEUU. Una dura y larga reconversión.

Tampoco el negocio vinculado al aluminio es demasiado boyante. La bauxita, el mineral del que se extrae, apenas requiere 5 000 mineros, el 80%, en Minnesota. De ahí que la adquisición de acero y de aluminio foráneo y barato, indispensable para abastecer la industria aeroespacial, la automovilística, la de envases o la de componentes electrónicos, haya aportado más puestos de trabajo de los que ha destruido.

Aunque no lo crea así el secretario de Comercio, Wilbur Ross, uno de los multimillonarios del gabinete de Trump, quien fue el mismo que compró varias firmas acereras en bancarrota en el 2002 -coincidiendo con el alza arancelaria de Bush-, que tres años después vendió a Mittal Steel (ahora Arcelor Mittal).

Es el gran defensor de la medida, hasta el punto de sacar a relucir la demagogia al respaldar la decisión de Trump con una lata de sopa Campbell y afirmar que el aluminio es sólo una parte residual del precio definitivo de este popular producto de consumo americano. Es decir, dejando entrever que no tendrá repercusión en su precio final.

Y esto es solo una muy pequeña muestra proteccionista que está imponiendo el mandatario estadounidense, quien, a pesar de alguna que otra propaganda en contra, hace aprobar sus puntos de vista, por más demenciales que parezcan y por más que hagan sufrir a millones en todo el mundo, aunque no a sus seguidores derechistas en Estados Unidos.

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