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Tormenta de Santa Teresa

15 de octubre de 2018

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Allá por el lejano siglo XVIII, cuando el cielo se nublaba se pensaba en la proximidad de una tormenta de rayos. Y si acaso llovía sin interrupción durante un día o más, se le calificaba como un “temporal de aguas”, expresión que intentaba explicar la prolongación del mal tiempo.

Ahora bien, si 250 años atrás algún habanero interpretó la lluvia que había comenzado a caer durante la madrugada como augurio de uno de aquellos fenómenos, su “pronostico” terminó con una grave sorpresa.

Aquel día La Habana y sus comarcas vivieron una pavorosa experiencia que quedaría en la memoria para los siglos por venir, porque durante la mañana y la tarde del 15 de octubre de 1768 un huracán de gran intensidad cruzó sobre el occidente de Cuba.

La trayectoria exacta seguida por el meteoro se desconoce, aunque se sabe que azotó con violencia a la actual provincia de La Habana, la Capital. Las crónicas señalan que los vientos más intensos se sintieron en una franja de 65 km de extensión, a “ambos lados” de la ciudad.

Como es natural, el punto de vista de los cronistas está centrado en La Habana, pero seguramente la tercera parte del Departamento Occidental de Cuba fue duramente azotada. En esa región debemos considerar a las actuales provincias de Pinar del Río (principalmente en su parte oriental), Artemisa, Mayabeque, Matanzas (parte occidental) y el territorio de Isla de Pinos (actualmente Isla de la Juventud). En la regionalización político-administrativa de entonces, el Departamento Occidental se extendía hasta la actual provincia de Las Tunas, adonde no llegaron los efectos de la tormenta.

En la zona golpeada por el organismo tropical los mayores daños los causó el impacto dinámico del viento, unido a las fuertes lluvias que se prolongaron durante varios días. No existen datos de la presión atmosférica y la fuerza de las rachas, pues hasta 1794 no se hallan referencias sobre el uso del barómetro con estos fines; pero tomando en cuenta los efectos físicos descritos es indudable que el huracán alcanzó gran intensidad, tal vez las categorías 4 o 5 de la escala Saffir-Simpson, actualmente en uso.

Los daños humanos reportados fluctúan entre 43 y 100 muertes, y 116 los heridos, pero ello sólo se refiere a la Capital y sus alrededores. En cuanto a los perjuicios económicos se señalan severas afectaciones a la agricultura, esencialmente por las lluvias y subsecuentes inundaciones. Ingenios azucareros y plantaciones cañeras fueron dañados o destruidos. El impacto en esa vital industria estuvo marcado por el hecho de estar la caña “a punto de rendir su valioso producto”. Otro de los testigos relató: “fueron tan deplorables sus efectos que al día siguiente no había siembras ni plantíos que no estuviesen anegados”.

El ilustrado maestro y meteorólogo pre-científico cubano Desiderio Herrera Cabrera, refiere que: “los agricultores sufrieron más perjuicios que los demás habitantes, pues que habiendo continuado las aguas por muchos días, ni pudieron reedificar sus casas ni chozas ni muchos menos acudir a los campos para atender sus plantíos…”.

De acuerdo con las referencias más fiables, en la Capital se contaron 4 144 casas destruidas, 96 con cubiertas de teja y 4 048 con cubiertas de madera y guano. Un informe que permite evaluar el impacto destructivo de este huracán reporta la destrucción de “70 varas de las murallas que rodeaban a la Ciudad”, longitud que suma los tramos afectados y que en total equivale a unos 60 metros. Estos daños evidencian el poder de las rachas que levantan y proyectan objetos volantes.

Herrera y otras fuentes aluden a la varadura de buques fondeados en la bahía, lanzados hacia la ensenada de Atarés, en el extremo oeste de la rada habanera. De acuerdo con ello se deduce que los vientos más intensos persistieron desde un rumbo medio entre el este y el nordeste. El destacado meteorólogo cubano José Carlos Millás opinaba, analizando el evento casi dos siglos después, que ojo del huracán debió cruzar por el sudeste y muy próximo a la Capital, con lo cual existe con- cordancia.

Pasada la tempestad, el Capitán General de la Isla de Cuba, Antonio María Bucareli y Ursúa, solicitó a Madrid, mediante un oficio urgente, recursos para la reconstrucción de la ciudad, así como el envío de alimentos y otros géneros desde el Virreinato de Nueva España (México) debido a que, por su cercanía, podían hacerse llegar a La Habana con rapidez. Asimismo, Bucareli pidió directamente al Virrey de Nueva España que autorizara, libre de aranceles, la exportación de artículos de primera necesidad hacia Cuba. En reciprocidad ordenó al Intendente de Hacienda en La Habana que esos productos se vendieran sin aplicar impuestos, de modo que ambas exenciones coadyuvaran a aliviar las pérdidas de los damnificados. El Capitán General calificó al meteoro como “el huracán más terrible que se ha experimentado”, mientras que el pueblo lo designó, apegándose a la costumbre, con la celebración propia del santoral católico correspondiente al 15 de octubre: tormenta de Santa Teresa.

Nótese que no hemos empleado en ningún lugar de esta nota el vocablo “ciclón”, porque en 1768 tal palabra no existía.

Hace 250 años la población de La Habana y sus comarcas constató cuan poderosa es la naturaleza tropical. En poco más de cuatro horas desaparecieron vidas, hogares y medios de subsistencia construidos en años de arduo trabajo. Al pasar el huracán, los vecinos comentaban con angustia los terribles momentos vividos en la ciudad; y en los muelles resurgían los aterradores relatos contados una y otra vez por los marinos que, llegados al puerto, narraban sus encuentros en alta mar con las temibles tormentas giratorias del océano Atlántico.

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