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Paul Éluard

3 de octubre de 2018

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“En 1949 –escribe Nicolás Guillén- Paul Éluard pasó dos veces por La Habana. Tanto a la ida como a la vuelta estuvimos juntos. A la ida solo unos minutos, en el aeropuerto, pues ambos seguimos viaje hacia México, el mismo viaje que habíamos iniciado en París. Los dos íbamos como delegados al Congreso de la Paz que tuvo por escenario la capital mexicana aquel año. Los dos habíamos asistido al congreso de la sala Pleyel (del 20 al 25 de abril de 1949), y allá nos conocimos.

“Su estancia más significativa en nuestra tierra fue la segunda, al regreso de México. Entonces se hospedó, llevado por mí, en un hotel situado en la esquina de San Rafael e Industria. Recuerdo que no bien quedó instalado, y ello fue cosa de unos minutos, salimos a dar una vuelta por la capital. Ya lo sabe el lector: la Plaza de Armas, el Capitolio, la Catedral con sus calles aledañas, los muelles. De vuelta, ya pasadas las siete de la noche, tomó una ducha en mi casa y habló a México a su novia, que había conocido durante su rapidísima visita y con la cual se casó: Dominique, una francesa muy bella y espiritual, que le siguió a París. ‘Toda Cuba está pendiente de nuestro amor’, le dijo el poeta por teléfono con aquella irónica bondad que era rasgo muy acusado de su carácter.

“Después nos fuimos a cenar, ya un grupo grande de amigos, a un restaurante de La Habana Vieja, y de allí, todavía temprano, partimos hacia el aeropuerto, pues el avión que devolvería a Éluard a París tenía marcada la partida para las once. Solo que no fue así, porque salió con cuatro horas de retraso.

“Hasta las tres de la mañana, pues, duró la espera, que se transformó en una farra a causa de que, no sé de dónde, surgieron unos treseros y luego algunas botellas de ron, entre sones y rones pasó el tiempo sin que nadie se percatara, pero vino el avión, y se deshizo el encanto. Años después, en París, Éluard me habló de ‘aquella noche’, y me mostró un billete de a peso, cubano, con las firmas de cuantos habíamos estado a despedirlo en ‘Rancho Boyeros”.

El poeta y periodista Ángel Augier agregaría:

“Terminado el Congreso por la Paz, Éluard había sido llevado a visitar algunas ciudades del país. Por inadvertencia, no tomó el avión que le correspondía para su regreso a la capital, el cual habría de destrozarse contra el Popocatepetl. Fue al retorno a Ciudad México que surgió el compromiso con Dominique. Cuando el poeta pasó por La Habana, de vuelta a París, lo atendimos en una noche inolvidable junto a Nicolás Guillén y otros amigos. Éluard, eufórico, contaba el riesgo en que había estado de morir en el accidente de aviación y la felicidad que en cambio había hallado, y exclamaba: ‘Pudo ser la muerte y fue el amor’ (en francés en juego de palabras que quizá inspiró su poema ‘La mort, 1’amour, la vie’.

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