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Otra herida al rostro de la paz

16 de abril de 2018

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El preludio no causó sorpresas y voces de varias partes del mundo insistían en que, si Estados Unidos atacaba a Siria, habría una respuesta militar para calmar la sed bélica de quienes se consideran amos en este mundo.
La fecha del ataque llegó. El Consejo de Seguridad y la ONU misma volvieron a ser obviados e irrespetados. Llegaron los llamados del secretario general de la ONU pidiendo moderación. Incluso, una buena cantidad de congresistas norteamericanos —republicanos y demócratas— sugirieron a Trump no lanzar los misiles contra suelo sirio.
El hecho, además de criminal acción en detrimento de las relaciones internacionales, fue una herida abierta —otra— en el rostro de la paz que tanto se anhela y que está tan lejos de alcanzarse.
Esta vez el protagonista tiene el nombre de Donald Trump. Como lo hicieron años antes Clinton en los bombardeos contra Yugoslavia y W. Bush contra Irak, el multimillonario de Trump cerró la puerta de la vía pacífica y ordenó disparar los misiles.
Para nadie es un secreto que uno u otros mandatarios estadounidenses, se han considerado con el derecho de poner a la humanidad al borde de una catástrofe, con sus demenciales políticas guerreristas, sin detenerse en sumar los cientos de miles que han muerto por sus bombardeos y a cuánto asciende la destrucción del patrimonio material de las naciones que ellos destruyen.
Ahora el guión no parece ser diferente a los anteriores. Vendrán reuniones del Consejo de Seguridad. Acusaciones que encontrarán oídos sordos en los anfitriones de la gran potencia, y las nuevas amenazas de estos con volver a apretar el gatillo misilístico de así considerarlo.
De esa forma tan lamentable el mundo de nuestros días parece conformarse con esas terribles barbaridades imperiales.
Recuerdo que tras los 78 días y noches de bombardeos a la ex Yugoslavia, se fue imponiendo la matriz mediática elaborada por Washington con las acusaciones a las autoridades yugoslavas de un supuesto genocidio contra Kosovo.
Lo ocurrido en Irak en el 2003, cuando Estados Unidos y la OTAN invadieron, bombardearon y ocuparon esa nación con la mentira de que allí había armas de exterminio masivo, fue más que una herida en el rostro de la paz, un tiro de gracia a la paz misma.
Luego vino Libia con aquella guerra tras el presidente de ese país, al que asesinaron burdamente.
Otros hechos de este tipo ya forman parte del gran dossier donde se registran los mayores crímenes de los últimos dos siglos.
En el caso que hoy nos ocupa, Siria, fueron más de cien los misiles que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia dispararon contra aquel país, amparados en otra mentira, la de los supuestos ataques con armas químicas.
Cuando termino de escribir este comentario, ya han pasado más de 24 horas del ataque. Esperé este tiempo para conocer qué haría el Consejo de Seguridad de la ONU al respecto.
Convocado con urgencia a petición de Rusia, el mundo esperaba que una resolución de condena al ataque fuera aprobada sin dificultades en el recinto de la organización creada para velar y garantizar la paz mundial.
Sin embargo —y con eso concluyo— el susodicho Consejo de Seguridad echó abajo la propuesta de Moscú y solo tres países —China, Bolivia y Rusia— votaron a favor de condenar la agresión. Otras ocho naciones encabezadas por los autores del crimen —Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia— votaron contra la propuesta rusa. Por tanto, no hubo condena. Ni siquiera crítica para el amo imperial.
De esa forma, la ONU da vía libre a los bombardeos. Su secretario general había afirmado al respecto: “la Guerra Fría ha vuelto”.
Yo agregaría que la guerra caliente no se ha ido, está ahí, en la decisión de Washington de usar las armas cada vez que le venga en gana.

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