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Lo que sabe el diablo

9 de febrero de 2018

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“Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, reza el refrán, y yo estoy de acuerdo, no porque haya conocido a Satanás, sino por la experiencia que la gente que ha vivido mucho logra acumular, y es que los años vividos logran muchas cosas, entre las que se encuentran conseguir que la mente racional y la emocional se lleven bien, estén en armonía. Por supuesto, hay sus excepciones y encontramos viejos (la palabra no es ofensiva, sino que creo que es una halago) enojones, irritables o tristones, pero la mayoría, los que se sienten felices con lo que han hecho en la vida, son una fuente inagotable de sabiduría y amor.

El reconocer todo lo que en enseñanza nos aportan los mayores es algo que lamentablemente se ha olvidado en las llamadas culturas occidentales, por lo que el rescate es muy necesario. Pensemos en nuestras experiencias personales y traigamos a la memoria algunas palabras que nos dicen los abuelos o que decimos los abuelos –porque ya estoy en ese grupo– en cualquier momento del día, en una situación cotidiana, que puede ser ese tiempo loco de la mañana en que la prisa es la que manda y ordena, ya que los padres tienen que llegar al trabajo, los niños a la escuela y las palabras que más se escuchan hacia los niños son “apúrate” , “tómate la leche”, “no me hagas llegar tarde”, “¿ahora es que me pides un lápiz”? y otras más, seguidas por “si llegamos tarde estarás castigado” y hasta “me tienes harta de tanta majadería”. Si hay un abuelo o abuela por ahí, seguro que llamará a la cordura, tratará de conseguir el lápiz solicitado, pedirá calma y que se hable en voz baja, y después, cuando se regresa a la casa, les hablará a los hijos, dando los consejos de cómo hay que evitar la locura de la mañana, poniendo en orden las cosas la noche anterior y principalmente el daño de las emociones negativas al comenzar el día, ya que no es bueno amenazar, enojarse, gritar, porque los niños aprenden a conducirse violentamente y probablemente termine la consejería diciendo; “después no pregunten el por qué el niño grita, se porta mal y hasta pelea con sus amiguitos”.

Solo he hecho reproducir algo de lo que ocurre en cualquier casa por la mañana, pero la pregunta es: ¿Echamos en saco roto el consejo del abuelo o al abuela? Porque me parece que es muy útil prestarles oídos porque ellos mismos ya pasaron por situaciones semejantes y conocen las consecuencias, y en particular en términos de la vida afectiva, los que somos mayores le damos más valor a las emociones positivas y el beneficio que trae a la vida, y eso es parte del alfabetismo emocional.

Los años vividos permiten darnos cuenta que debe haber una perfecta coincidencia y armonía entre lo que se piensa, que se traduce en acciones, y lo que se siente, por lo que el amor con disciplina es una combinación muy saludable, y no me refiero a la permisibilidad, pues no hay que cegarse y hay abuelos hipertolerantes que lo que hacen es malcriar. Sin embargo, incluso aquí también hay tela por donde cortar porque a veces la tolerancia inteligente del viejo, los más jóvenes la entienden mal, como un exceso de paciencia, no viendo que dar tiempo, conversar, entender, llegar a acuerdo es mucho mejor que la imposición de los padres, que suelen decir “es que no tengo tiempo para sus malacrianzas”.

Por eso, hay que escuchar al menos joven, pedir consejo, porque lo que se ha vivido, los errores cometidos, las lecciones aprendidas dan mayor conocimiento que lo que aprendemos en los libros y los estudios, así que volver la mirada hacia el abuelo para escucharlo y pedirle consejo es algo que da mucho beneficio, porque enseñan lo bueno de las emociones positivas y la influencia fundamental en la vida de todos, y que si son las que priman desde la niñez dan una buena base para la formación sana de la personalidad. Todo eso lo sabemos lo que hemos vivido más, que como el diablo conocemos algo del infierno, pero no del que está en el inframundo, sino del que creamos con emociones negativas y el daño que le hace a la vida.

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