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Valoraciones de José Martí acerca del músico cubano Nicolás Ruíz Espadero

2 de marzo de 2018

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Tanto en discursos como en diferentes trabajos que publicó en publicaciones de América Latina y en los Estados Unidos de América, José Martí se refirió a la labor de notables escritores, músicos y compositores y otros creadores.

El tres de marzo de 1891, por ejemplo, habló sobre el pianista y compositor cubano Nicolás Ruíz Espadero en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York.

La vida de Espadero transcurrió entre 1832 y 1890. Desde la etapa de su niñez evidenció sus aptitudes para el piano, en el que se refugió años después en una dramática adolescencia por la inesperada muerte del padre, que lo sumió en una neurosis acentuada con el decursar de los años.

Sin causa aparentemente conocida el joven se fue apartando poco a poco de la vida artística, a pesar de los aplausos que se le prodigaban, hasta convertirse en un ser solitario.

Aunque alejado por mucho tiempo de las salas de concierto, compuso más de 50 piezas de música para piano, violín y piano y dos obras de cámara, y fue profesor de piano.

Entre sus obras se encuentran las tituladas Canto del esclavo, Canto del guajiro, El lamento del poeta, Canto del alma y La caída de las hojas.

En el discurso pronunciado por Martí el 3 de marzo de 1891 en homenaje a Espadero, algún tiempo después de su fallecimiento, planteó: “La Sociedad Literaria hace, pues, bien en tejer, con las rosas de su casa, una corona más para aquel que aprisionó en sus notas, como en red de cristal fino, los espíritus dolientes, que velan y demandan desde el éter fulguroso y trémulo del cielo americano.”

Martí precisó que la Sociedad Literaria no podía cerrar sus puertas cuando llamaba a ellas una noble mano de mujer, se refería a la pianista Isabel Caballero de Salazar, quién fue la encargada de organizar la velada, “pidiendo con derecho de hermana, la caridad de una flor para la tumba del genio austero y compasivo.”

Martí explicó que la palabra, trabada y empalagosa, no había de robar el tiempo a la palabra redimida, al discurso con alas, a la poesía que va por el aire, susurrando y animando a la triunfante música.

Y al referirse seguidamente al fallecimiento de Espadero, manifestó: “Ni para lamentar siquiera la desaparición de este mundo del compositor ilustre daría yo suelta a las ideas, porque el morir, cuando ya se ha ganado un poco de amor, es tan apetecible y justo como vergonzoso e inútil es salir de la vida sin haber merecido con el trabajo y la bondad el descanso de ella.”

También expuso con respecto a la muerte que se le ha de cortejar, con la virtud y el trabajo cordial, como a una amiga hermosa.

Y añadió: “El que ha visto estallar una flor, ha visto la muerte. En la muerte halla el poeta su poesía y el apóstol la libertad, y el universo ve al fin, tendidas hacia él las dos alas de amor, las armonías que, como mariposas de fuego, le revoleteaban en vida por la frente, o lo transportaban, en carro invisible, a los países azules, para dejarlo caer después, extranjero y huraño, en el mercado burdo de la vida.”

Seguidamente se refirió a las características y labor de Espadero en el campo de la música y al respecto planteó que fue “salterio sensible, que en la limpieza de la soledad, cuando cae sobre el mundo lentamente el bálsamo de la noche, ve alzarse de las maravillas, volando de onda en onda, el alma de la flor, y danzar sobre el río, con la nota en los labios, a las doncellas de agua y luz, y a las palmeras, como madres deshechas de amor, acoger en sus ramas a los espíritus que huyen de la tierra con el rostro cubierto, sangrando y despavorido…”

Martí señaló, además, que lo que sí no se podía dejar de hablar era del montaraz sigilo en que cuentan que vivía aquel domador de notas.

Planteó de inmediato varias interrogantes, entre ellas la siguiente: “¿Cómo, sino tétrico y fuera de sí, había de vivir, con su poder de unir encantos, las voces del conjunto, y en una nota un haz de esperanzas y de penas, quien no vino al mundo en aquellas edades en que las almas, afinadas en coro, remedaban con su unidad en esta vida la plenitud de la otra, sino en época y tierra de retazo, donde ni la música de lo interior ni la de ciencia de afuera, hallaban en torno suyo armonía y estímulo, sino perturbación, fealdad y espanto?”

Finalizó su discurso en la velada efectuada como homenaje al fallecido músico cubano Nicolás Ruíz Espadero reconociendo que bien hacía la Sociedad Literaria en “llevar con este concierto de espíritus, un alivio póstumo a la tumba de quien acaso sacó su música más bella del choque del espíritu excelso, con la vida que se lo ofendía y acorralaba.”

Y reconoció, además, la iniciativa planteada por la pianista Isabel Caballero de Salazar al exponer: “¡Bien hacen estas manos caritativas de mujer, en poner en la tumba del artista desconsolado la limosna de una flor!”

En otras ocasiones anteriores Martí también había expuesto consideraciones sobre otros destacados músicos cubanos como fue el caso del violinista y compositor José White cuando en 1875 se presentó en la capital mexicana.

Entonces en la Revista Universal, de México, en la edición correspondiente al 25 de mayo del año citado, Martí expresaría acerca del virtuosismo del músico cubano: “White no toca, -subyuga: las notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran; suenan unas tras otra como sonarían perlas cayendo.”

Y sobre la trascendencia de la música igualmente destacó que era la más bella forma de lo bello y la calificó como una lengua espléndida que vibra en las cuerdas de la melodía y se habla con los movimientos del corazón, y aseguró que está perpetuamente palpitando en el espacio.

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