Reflexión ante Fidel
25 de noviembre de 2017
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Me siento entre los millones de agradecidos que lo acompañan, y por eso y por todo fui a verlo a Santiago, a su Santiago.
Frente a la roca monolítica me detuve para brindarle homenaje, para meditar, para conversar con él e imaginarlo impaciente, porque todavía la obra tiene dificultades que dependen de los hombres y deben ser erradicadas.
Fueron segundos y minutos que me parecieron horas. Me confortaban sus respuestas; lo veía, una vez más, profundizando en los análisis, acotando datos e ideas que van más allá de lo que yo podía aportar.
Los temas que se acumulaban en mi interior y que me imaginaba estarlos conversando con Fidel, eran aquellos con los que tuve la oportunidad de dialogar con él cuando, de manera cotidiana, llegaba hasta donde se preparaba o se realizaban las Mesas Redondas de la Televisión; o acompañándolo como periodista en un recorrido por los cañaverales de la antigua provincia de Oriente o en visitas a Sudáfrica, Argelia, Ecuador, Panamá, Barbados, Jamaica y otros países.
A mi mente llegaron las imágenes del Comandante hablando con el Papa en el Vaticano y también cuando el auditorio de la Cumbre Alimentaria, en la FAO, Roma, lo aplaudían por tan brillantes ideas expuestas en un discurso de solo diez minutos, como lo establecía el protocolo.
Todas esas imágenes me iluminaron. Pero estaba convencido de que él me hablaba y me oía, aunque estuviera dentro de una gran roca que le protege en su nueva dimensión.
Lo veía flanqueado por hombres y mujeres cuyo ejemplo patriótico los tuvo siempre en su andar. Está con Martí, al que consideró el “autor intelectual del ataque al Moncada”.
Muy cerca de él, Carlos Manuel de Céspedes, con toda la grandeza y patriotismo que le valió para considerarlo el “Padre de la Patria”.
Mariana Grajales, “la madre de todos los cubanos”, ahora está a solo metros de Fidel. De ella—todo valor y todo ejemplo—, el Comandante en Jefe recibe el mismo aliento que le dio a sus hijos para que lucharan por la Patria.
El tiempo pasa y no me doy cuenta de ello, aunque hayan sido solo unos pocos minutos de reflexión frente a la roca monolítica.
Muchos temas me quedaron pendientes para volver a él en una nueva visita a Santiago, a ese santuario de la Patria que es el Cementerio Santa Ifigenia.
Creo haberme repuesto de la emoción de volver a hablar con él y pensar que me respondía a mis indagaciones.
Pero, cuando abandono esa meditación profunda, me doy cuenta que mis ojos están húmedos. Como estaban hace exactamente un año cuando lo vi partir en su recorrido de regreso que lo llevó de nuevo a Santiago, hasta la piedra sólida que lo preserva para el presente y para siempre.
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