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Los muertos que las armas matan

13 de noviembre de 2017

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Construir un muro de hormigón o una cerca metálica pueden resultar, políticamente hablando, mucho más fáciles en Estados Unidos, que romper con la tradición constitucional de que el uso de las armas es un derecho de todos.

Es más poderosa la Asociación del Rifle que cualquier multimillonario que se instale en la Casa Blanca. Y abolir o al menos variar en algo una enmienda constitucional –escudo y estrella de la citada institución– que justifica la compra y tenencia de armas por parte de la población, es sencillamente imposible en la sociedad norteamericana.

La venta de armas es un negocio que involucra lo mismo a magnates del Complejo Militar Industrial que a políticos de la administración, sea esta republicana o demócrata.

Tan es así que, en lo que va del presente año, han habido al menos 21 asesinatos en masa (son considerados así los que provocan cuatro o más muertos). En ellos han sido víctimas mortales 176 personas y 486 resultaron heridas.

Otra clasificación relacionada con este tema indica que en igual período se han producido 305 tiroteos en masa, con resultado cada una de menos de cuatro fallecidos, y que han provocado casi 400 occisos y 1 650 heridos.

Si sumamos ambas cifras –176 más 400–, se trata de 576 personas abatidas por armas de fuego. O lo que debe ser igual a casi 600 familias que han perdido a un hijo o un padre, hermano u otro allegado.

Son muertos y heridos no caídos en un combate contra el terrorismo ni en una de estas guerras de agresión donde se involucran tropas norteamericanas.

No cuentan en esta relación los cientos de veteranos de guerra que se suicidan, afectados sicológicamente por haber conocido de las más viles acciones de un ejército ocupante –ya sea en Afganistán, Irak, Siria o decenios atrás en Viet Nam– que llevan consigo la frustración y el mayor desencanto, además de que al regresar a casa, una vez licenciados del Ejército, viven en condiciones desfavorables y sin perspectivas a mejorar.

Ahora bien, en el caso de los tiroteos que se producen a diario, lo mismo en una escuela, una iglesia, un cine, campo deportivo o club de baile, el denominador común es la utilización de armas de fuego que no se controlan por ningún mecanismo jurídico o policial y se venden por la libre en cualquier mercado de las ciudades y pueblos de Estados Unidos.

Otra característica que lo generaliza es que en la mayoría de los casos son armas utilizadas por hombres blancos para balear a negros, mestizos o hispanos, o a aquellos que tengan en sus facciones algo parecido a un musulmán.

Matar a un negro en Estados Unidos es tan común como encontrar a un político corrupto en el propio país. Los policías blancos siempre verán alguna causa para dispararle a un negro. Sabe ese policía –como ocurre casi siempre– que a la hora de hacerse “justicia” la culpa de ser abatido la tiene el negro que yace en la acera después de ser balaceado.

Tras el último de esos incidentes vinculados a la tenencia de armas, en una iglesia en Texas, donde murieron 26 fieles que hacían una oración, el diario “Los Ángeles Time” refirió que “otra vez se dirá que es muy pronto para discutir la política de armas en el país”.

Por su parte, el presidente Donald Trump, desde Seúl, Corea del Sur, donde precisamente brindaba la mayor y más moderna colaboración militar para “enfrentar” lo que llamó “la amenaza de Corea del Norte”, defendió la tenencia de armas de los ciudadanos de su país y hasta justificó este último hecho sangriento con aquello de que “una valiente personas armada, desde un camión, había neutralizado al atacante de quienes rezaban en la iglesia de Texas”.

Entonces no queda otra que esperar por la noticia de otro ataque, de otros muertos, de otra justificación del Presidente y del Complejo Militar y la Asociación del Rifle para que se vendan más armas, no importa que mueran más ciudadanos indefensos.

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