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Un libro para Narradores orales

15 de febrero de 2013

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Si construir, levantar, sembrar, hacer, fuera cosa de cuentos de hadas, si se redujera a un abracadabra, hace mucho que la Colección Oralia, de la Editorial Tablas Alarcos, hubiera llenado las librerías y bibliotecas cubanas con variados libros sobre Oralidad y Narración oral. Definitivamente es una mentira, repetida y creída, que la bibliografía sobre estas materias es escasa.
Desde que la cultura grecolatina estudió la tecnología retórica, pasando por la predica cristiana y la juglaría en el Medioevo, los manuales de buenas costumbres y conversación de la burguesía renacentista, hasta la vuelta de la oratoria en función de la política y el parlamentarismo, o mediante las Ciencias Sociales y Humanísticas en el Siglo XX, enfocadas en lo oral; nunca han dejado de escribirse y publicarse textos sobre los temas que ocupan a Oralia. En Cuba desde 1952 se publica espacialmente sobre Narración oral, así como hay que tener en cuenta la obra de etnólogos, folcloristas e historiadores que rastrearon fuentes orales e intentaron interpretarlas.
A partir de 1963, y desde la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), María Teresa Freyre de Andrade, Eliseo Diego, María del Carmen Garcini y un equipo de colaboradores -entre los que estaban Menchy Núñez, Mayra Navarro y Algamarina Elizagaray- publicaron textos sobre teoría y técnica del arte de narrar, en función de La Hora del Cuento, espacio de inspiración alemana que llegó a Cuba por la vía de Estados Unidos. La Red Nacional de Bibliotecas Públicas instauraba así un sistema pionero de lo que después se conocería como Educación por el Arte.
Aquella serie de folletos y un libro la tradujeron sus editores directamente del inglés y atesoraba una selección de capítulos de libros de los más importantes teóricos y narradores orales de Estados Unidos. Como eran, en su mayoría, ediciones auspiciadas por instituciones pedagógicas o bibliotecarias, se creó una primera y grave confusión: La Hora del Cuento es un espacio para niños; cuando lo fue para el Cuento, contado de viva voz, sin distinguir entre las fuentes orales, escritas, o las edades y espacios. Escarbando entre sus páginas podemos leer, entre otras muchas alusiones, que Ruth Sawyer comenta sobre la conversación sostenida con un muchacho después de La Hora…, en un Club de Greenwich, y de noche. A finales del Siglo XIX y principios del XX no era costumbre que los niños estuvieran despiertos más allá de las primeras horas de oscuridad, y mucho menos que asistieran a actividades públicas, por lo que inferimos que los asistentes a aquella contada debieron ser jóvenes estudiantes de bachillerato o universitarios.
Otra de las afirmaciones que se derrumban ante lo publicado por el Departamento Filológico de Narraciones Infantiles es la que sostiene que hasta bien entrado el Siglo XX la corriente o escuela predominante era una calificada como “escandinava”, centrada en la niñez y la promoción de la literatura infanto-juvenil. No hay tal corriente nórdica, ni los narradores de cuentos se movían únicamente alrededor de los infantes, las escuelas o los lugares espacialmente dedicados a ellos. Sólo hay que poner ojos para ver.
Una de las afirmaciones más revolucionarias que se podrían esperar de un teórico de los primeros cincuenta años del pasado siglo es esta: “La narración oral es un arte popular”. Eso dice la longeva Ruth Sawyer, que estuvo en Cuba en 1900, formando parte de un proyecto del Gobierno Interventor Norteamericano que pretendía desarrollar la educación preescolar. La narradora oral y teórica se adelanta a su época, preparando el camino para la afirmación de que la Narración oral o es vista en el contexto de la Oralidad y de la Cultura Popular, o desaparecerá absorbida por la indefinición y la vaciedad.
A la, hasta hoy, dispersa colección de textos de la BNJM, no le ha llegado su momento de plenitud. Aún espera por lectores atentos y narradores orales de oído y vista fina.
Durante mucho tiempo fue casi imposible consultar la totalidad de los folletos. No se encontraban todos o estaban en muy mal estado. Por eso nos dimos a la tarea de digitalizar y editarlos en un tomo, para facilitar su regreso e influencia, sabiendo que, desde la autoridad de los clásicos, podrían allanar el camino de la docta ignorancia que, en materia de teoría de la Oralidad y la Narración oral, nos acompaña.
Cuando se reunían los Narradores orales, muchas veces, repetían la historia de aquella canción de Joan Manuel Serrat, que habla de uno que dice que otro conoció a alguien “que un día fue feliz”; pero que nadie había visto. Escuchábamos citas, afirmaciones, interpretaciones, pero no podíamos ni contrastar, ni comprobar la fidelidad a la fuente. Hasta ahora.
“El vuelo de la flecha”, antología de textos sobre teoría y técnica del arte de narrar, rellena el agujero y salva de la polilla y del tiempo, a “El cuento en la educación”, libro de Katherine Dunlap Cather – reproducción integra- , y a un conjunto de artículos o capítulos escritos por Ruth Sawyer, J. Berg Esenwein, Marietta Stockard, Sara Cone Bryant, Marie L. Shedlock; y a los dos primeros textos cubanos sobre Narración oral.
Tablas Alarcos, y su Colección Oralia, realizan un aporte invaluable a la renovación y refuncionalización de la Narración oral, dotando a sus artistas y públicos de un instrumento esencial de aprendizaje y consulta. Apenas señalamos breves perlas a encontrar entre sus páginas, sabiendo que ustedes sospechan, con tino, que solamente hemos mostrado un fragmento, a modo de incitación e invitación a la lectura. Sumen el prólogo de Mayra Navarro, maestra de generaciones de artistas orales cubanos y participante de aquellos esfuerzos editoriales.
Entre crisis y ausencias, “El vuelo de la flecha”, esperó casi tres años para aparecer. Más está. Se siente. Se puede tocar. Ahora espera por sus lectores. ¡Levántese, ya!

Presentación en la Feria Internacional del Libro, 2013
22 de Febrero, 4:00 p.m.
Sala Raquel Revuelta (Línea, esquina a B. Vedado)

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