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El preferido del Imperio

14 de agosto de 2017

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Tal como se preveía, y ahí está la experiencia de comicios anteriores, las elecciones presidenciales en Kenia estuvieron marcadas por la violencia, que aún se sigue generando en algunas regiones del país por opositores al actual mandatario Ohuru Kenyatta, quien acaba de reelegirse bajo la bendición de los observadores de la Unión Europea y de la Organización de la Unidad Africana.
En la anterior postulación de Kenyatta, en el 2013, la violencia fue aún mayor, aunque no tanto como la del 2007.
En todas esas oportunidades el principal aspirante opositor ha sido“ Raila Odinga, al que apodan “el eterno aspirante”, quien ya había denunciado irregularidades en las máquinas de votación, que ya presentaban once puntos porcentuales a favor de Kenyatta, ante de que comenzara el proceso de votación.
Por eso tenía cabida la presunción del político y expertoanticorrupción John Githongo, cuando señalaba que “la cuestión no es si habrá violencia o no, sino cuánta”.
Hubo violencia durante las nominaciones de candidatos de cada partido, la residencia del vicepresidente fue asaltada días antes y poco antes había aparecido en una morgue de Nairobi, la capital,  el cuerpo mutilado de Chris Msando, jefe de servicios informáticos de la Comisión Electoral keniana.
De  todas maneras “la sangre  no debe llegar al río”, porque policía y ejército, que reciben amplia ayuda occidental, se encargarán de que no se toque a Kenyatta, el hombre más rico del país, quien mantiene el favoritismo de las corporaciones y transnacionales.
El matiz propagandístico es afirmar que las disensiones se deben a diferencias tribalistas entre el mandatario y al líder opositor, lo cual está fundamentado. Kenyatta (de la mayoritaria tribu kikuyu), y Odinga (de una de las tribus más grandes, la lúo), fueron autores de que el pánico cundiera en la capital y varias ciudades del país, por lo que, antes de la votación, la población hizo largas filas en los supermercados para aprovisionarse de productos básicos, las calles estuvieron desiertas, las tiendas cerradas y muchos se fueron de Nairobi, porque prevaleció el temor y renunciaron a su derecho al voto.
Porque en el recuerdo permanece la traumática oleada de violencia postelectoral del 2007-2008, cuando más de 1 300 personas perdieron la vida y unas 600 000 personas resultaron desplazadas de sus hogares, huyendo de violaciones, asesinatos, robos, el incendio de sus casas y hasta circuncisiones forzosas. El entonces presidente, Mwai Kibaki (kikuyu como Kenyatta y que contaba con el apoyo de este) se medía en las urnas con Odinga por la jefatura del Estado.
Odinga era favorito en las encuestas, lideraba el recuento y terminó por perder esas elecciones. La misión de observación electoral de la Unión Europea maquilló verbalmente que las votaciones habían sido un atraco: “La falta de transparencia y el número de irregularidades verificadas hacen dudar de la exactitud del resultado anunciado”. Solo en una circunscripción, las inconsistencias entre el recuento in situ y los datos llegados a Nairobi sumaban 25 000 votos más a favor de Kibaki, quien fue declarado vencedor por la Comisión Electoral y juró el cargo en un acto medio a escondidas, a última hora de la tarde y sin dignatarios invitados ni gaitas.
Odinga levantó el banderín de fuera de juego, alegó fraude, se autoproclamó ganador de los comicios y animó a la gente a protestar. Miembros de la numerosa tribu kalenjin, entonces aliados de Odinga, se cebaron con los kikuyu en el Valle del Rift, y éstos contraatacaron. Las chabolas de Nairobi, hogar de inmigrantes de las 42 tribus del país, ardieron. Más de mil muertos y nueve años después, nadie ha sido condenado por aquello.
El hecho de que las causas del Tribunal Penal Internacional contra el actual presidente, Uhuru Kenyatta, su vicepresidente, William Ruto, y otros cuatro artífices de la violencia no llegaran a ninguna parte (de repente, hubo testigos que cambiaron de opinión; otros directamente desaparecieron sin dejar rastro), demostró una vez más que la impunidad es la norma en Kenia. Además, ahora, a diferencia del 2013, hay un presidente que opta a la reelección, en un país en el que las transiciones se tienden a atragantar. Las fuerzas de seguridad, los servicios de emergencia y la Cruz Roja se prepararon para cualquier escenario y las embajadas no han escatimado en mensajes de alerta a sus compatriotas.
De todas maneras, las fuerzas externas que controlanKeniatenían su favorito, Kenyatta, por temor a los cambios prometidos por Odinga de hacerregresar a lastropas que el país tiene en la vecina Somalia y que dejen de ser instrumento de la política de fuerza estadounidense bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo.
El opositor había sido partidario del socialismo en su juventud, pero después se adhirió a los “ideales” neoliberales, aunque pretende dar preferencia a los intereses nacionales keniatas en la repartición de las riquezas del país.
Kenia, el país más desarrollado del oeste africano, está controlado por consorcios, principalmente estadounidenses, que no dejarán de llevar de la mano al preferido Kenyatta, a quien le aseguran aumentar sus riquezas.
Y es que los resultados de la exploración geológica en los últimos años prometen transformar a Kenia en uno de los principales actores de hidrocarburo no sólo de la región, sino de todo el mundo. De acuerdo con el Servicio Geológico de EE.UU., el volumen de la mina de shelf que se extiende a lo largo de la costa de Kenia, Tanzania y Mozambique supera siete billones (miles de millones) de metros cúbicos de gas. En marzo del 2012, en el noreste del país, fueron por primera vez descubiertas grandes reservas de petróleo. El potencial de la mina le garantiza a Kenia el chance de convertirse en el mayor exportador de petróleo al sur de Sahara.
Sin embargo, la existencia de sus propios recursos minerales es sólo una parte de la historia. Kenia planea consolidar su estatus de centro económico del este rico en recursos naturales de África a través de un proyecto para la región: la construcción de un complejo portuario y refinería en Lamu que se conectará con una tubería de aceite, carretera y ferrocarril a las regiones petrolíferas de vecinos Sudán del Sur y Uganda que están sufriendo de falta de medios de suministro de hidrocarburos a los consumidores.
Como se puede apreciar, el apoyo imperialista a Kenyatta no son solo políticas ni están en la esfera de la lucha contra el terrorismo.

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