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Amelita Vargas

19 de julio de 2017

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Simpatía, belleza, tenacidad y mucho ritmo caracterizaron la carrera de Amelita Vargas dentro de la cinematografía de los años 40 y 50 del siglo XX. Revisar las páginas de las publicaciones cubanas de entonces permite valorar la popularidad, reconocimiento y esplendor de que gozó entre los públicos de habla española del continente. En sus películas, donde desempeña roles que van desde el protagonismo hasta intervenciones musicales,  derrocha gracia, sensualidad y buen humor. Valía la pena –aún vale– verlas por ella.

Y aunque entonces “todo el mundo” sabía que era nacida en La Habana, hoy se la tiene por argentina, y lo es por su larga residencia en el país austral, porque en él hizo su triunfal carrera y porque allí se la considera una gran vedette.

En Cuba se exhibían prácticamente todas sus películas, al menos desde que se convirtió en una de las favoritas del cine musical latinoamericano: Con el diablo en el cuerpo, 1947; Miguitas en la cama, 1949; Cuando besa mi marido, 1950; Qué rico el mambo, 1952; La mano que aprieta, 1952; Los tres mosquiteros, 1953; Ritmo, amor y picardía, 1954; Escuela de sirenas y tiburones, 1956… son algunos de los títulos de las más recordadas, si bien la relación completa incluye otras muchas.

También visitaba la Isla, e invariablemente su presencia y fotografía eran tema de interés, porque se trataba de una cubana triunfadora en el extranjero, una artista de probado gancho y una mujer capaz de hacer mover los pies a quien la viera bailar y escuchara cantar.

Amelia Graciela Vargas nació en La Habana el 16 de enero de 1928 y desde la edad escolar reveló su preferencia por el baile, la actuación, la música. Se presentó en el programa La Corte Suprema del Arte a los 12 años y ello marcó el debut de quien sería conocida como la Reina del mambo.

Con los padres embarcó hacia México, donde ya en 1941 actuó junto al cantante Pedro Vargas y el cómico Mario Moreno, Cantinflas. Fueron los primeros pasos hacia el estrellato. Después lo hizo en el club Copacabana, de la ciudad de San Francisco, Estados Unidos, y participó además en el filme Perilous Holiday, de 1946, con actores norteamericanos bien cotizados. Los productores descubrieron entonces la perfecta configuración de sus piernas y el ritmo que emanaba de sus movimientos al bailar. Después tomó rumbo al sur, para desarrollar en Argentina una carrera memorable y convertirse en uno de los iconos del cine de ese país.

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Comentarios



Raúl Marcelo / 4 de mayo de 2019

No podría agregar más elogios a los expresados en esta editorial sobre nuestra querida Amelita. Una cubana que se instaló en el corazón de los argentinos y en las páginas de sus historias. Gracias Amelita por ser como fuiste y seguirás siendo en mi alma, mente y corazón y gracias Cuba por darnos lo mejor de tus hijas.