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Apreciaciones de José Martí sobre el sentido de la vida y la muerte

12 de mayo de 2017

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Gonzalo de Quesada y Arostegui, compilador de las obras de José Martí, junto a su esposa y José Martí

 

José Martí expuso reflexiones muy significativas en torno a cómo debía desarrollarse la vida de un ser humano y en tal sentido fue consecuente con los conceptos que expresó en sus cartas, poemas, discursos y trabajos periodísticos.

Tengo en cuenta primeramente lo que le señaló a su amigo y cercano colaborador Gonzalo de Quesada en carta fechada el primero de abril de 1895. En dicha misiva expresó: “Ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar.”

Cuando Martí escribió esto ya había hecho una encomiable labor para lograr que en Cuba se combatiese nuevamente por la independencia e incluso ya su sueño se había hecho realidad puesto que la guerra se había reiniciado en los campos de Cuba desde hacia algo más de un mes.

Es decir ya él más que con palabras había demostrado que servir era su mejor manera de hablar.

Pero aún así no se hallaba conforme con lo hecho y por lo tanto cuando le escribió a Gonzalo de Quesada esta carta y le detalló el principio que he señalado se encontraba listo y ansioso de retornar a su tierra natal para dar su contribución directa al desarrollo de la guerra que había logrado reorganizar. Deseaba seguir siendo consecuente con el concepto que servir era su mejor manera de hablar.

Ya desde hacía casi un año Martí también en otra significativa carta, en este caso una dirigida a su madre Doña Leonor Pérez, y fechada el 15 de mayo de 1894, igualmente había reflejado otro principio esencial, que ejemplifica en forma elocuente el sentido que le atribuyese a la vida.

Precisamente en esa oportunidad afirmó: “Pero mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.”

Detallé a manera de ejemplos algunos fragmentos del contenido de dos de sus cartas, una dirigida a su madre y la otra a su amigo Gonzalo de Quesada.

En más de una ocasión Martí, con respeto y a la vez con mucha sinceridad, le expresó a su querida madre lo que consideraba era su deber esencial, el compromiso que tenía con su tierra natal oprimida por el yugo colonial español.

Él incluso tuvo que enfrentarse hasta incomprensiones familiares. Por supuesto su madre preocupada por la suerte de su hijo, y por el destino de la familia que creara después de su casamiento con Carmen Zayas, en varias cartas le reprocharía esa total dedicación suya a los anhelos independentistas y lo instaba a atender con más sistematicidad sus responsabilidades como esposo y padre.

Martí estuvo consciente de ello, pero eso no significó que dejase a un lado el compromiso que tenía consigo mismo por ver a su querida Cuba libre e independiente.

Puede decirse que desde mucho antes había estado consciente de cuál era el sentido que le atribuía a su existencia en relación con la causa de su pueblo.

Baste recordar, por ejemplo, lo expresado por él en una carta escrita en 1878, cuando tan sólo tenía 25 años, y dirigida al entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala.

En dicha carta expuso que la vida debía ser diaria, movible, útil, y agregó que “el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo.”

Y en la carta citada también llegó a afirmar con particular énfasis: “Si de algo serví antes de ahora, ya no me acuerdo: lo que yo quiero es servir más. Mi oficio, cariñoso amigo mío, es cantar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer admirar todo lo grande.”

José Martí fue consecuente con lo expresado en ésta y otras cartas. Fue un hombre de su tiempo y con su labor y actitud cantó todo lo bello, encendió el entusiasmo por todo lo noble, supo admirar y hacer admirar todo lo grande.

José Martí cayó en un enfrentamiento con fuerzas españolas en la zona de Dos Ríos el 19 de mayo de 1895.

Desapareció físicamente pero continúo siendo un símbolo al ser fuente de motivación y enseñanza.

Él con la fuerza de su ejemplo hizo realidad los principios que había expuesto con respecto a la muerte.

Baste recordar que él aseguró en un poema que creó en 1872:

 

¡Y más que un mundo, más! cuando se muere

En brazos de la patria agradecida,

La muerte acaba, la prisión se rompe;

¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!  

¡Oh, más que un mundo, más! Cuando la gloria

A esta estrecha mansión nos arrebata,

El espíritu crece,

El cielo se abre, el mundo se dilata

Y en medio de los mundos se amanece.

 

Y también en el discurso que pronunció en la ciudad norteamericana de Tampa, el 27 de noviembre de 1891, ante un grupo de compatriotas suyos, enfatizó: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.”

E igualmente manifestó: “…la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así de esos enlaces continuos invisibles se va tejiendo el alma de la patria!

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