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Algunos virus emocionales

7 de abril de 2017

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Continúo con los que se la dado llamar “los virus de la empresa”, que como expliqué en el artículo anterior son conductas negativas que “enferman” el medio laboral. Me referí al pesimista y los estragos que hace, pues bien, hay otros –y estoy segura que no podré abarcar todos los tipos– como el chismoso, el alterado, el perfeccionista, el resistente a los cambios, el que solo hace “lo que le toca”, el “no comprometido”, etc. Veré hasta donde me alcanza el espacio para caracterizar a los que he mencionado.

Comenzaré por el “infectado” con el virus del chisme o que en un lenguaje más refinado se le llama el propagador de rumores, y que siempre “tiene la noticia más importante, la última”. Es imposible creer que en un centro laboral no haya chismes y rumores, los cuales pueden ser ciertos o falsos, pero el asunto estriba en que cuando se esparce algo que se ha oído, que se ha dicho en una reunión o simplemente se saca conclusiones del porqué el viceministro tal vino de visita. La cadena de repetición, o sea, lo que pasa de boca en boca, lo transforma de tal manera que al final, no tiene nada que ver con lo que le dio origen, pues el “esparcidor de rumores” nunca dice algo positivo, sino que saca conclusiones negativas de lo que oyó o creyó ver. Eso dispara el mecanismo de la mala suerte que, no sé por qué, muchos de nosotros poseemos como bien dice ese refrán: “piensa mal y acertarás”, por lo que se cree que va a pasar algo, pero seguro no será nada bueno. El chismoso es un trabajador incansable, por lo que continuamente tiene esa “última noticia” que, por supuesto, es de mal augurio.

El otro personaje que infecta de negativismo el entorno laboral es el alterado, al que yo comparo con una granada que se le quita la espoleta y enseguida estalla, arrasando con todo lo que tiene a su alrededor, y lo peor es que muchas veces son los directivos lo que más suelen alterarse. Si la situación ya de por sí no fuera grave –tener un jefe explosivo pone los pelos de punta a cualquiera–, creen que es un buen método para dirigir, y por supuesto su alteración la acompaña de gritos y los tan socorridos golpes sobre el escritorio para de esta manera demostrar firmemente que está muy molesto porque algo salió mal, alguien no cumplió con lo que tenía que hacer o no está de acuerdo con él. Lógicamente, estas personas alteradas tienen la ira muy en la superficie y lamentablemente creen que con el miedo que provocan, el rendimiento del colectivo va a ser mayor para no tener que vérselas con él y sus frecuentes estallidos de ira, cuando en realidad las reacciones son de desaliento y hasta un buen puñetazo se puede buscar de alguien que también tiene problema con los frenos, usando el argot de los automovilistas. Este alterado provoca la desunión y la sensación de vivir constantemente en una guerra.

También tenemos al perfeccionista, que nunca cree que el trabajo que hacen los demás esté bien hecho, por lo que lo caracterizan el hipercriticismo, la valoración negativa de las capacidades de los demás, la interrogante de cómo usan el tiempo de trabajo y para nada son diplomáticos. Queda claro que los errores deben ser señalados, rectificados y hay que evaluar las causas de un mal trabajo, pero eso es parte de la dinámica laboral, que debe acompañarse de un análisis realista de las formas de superar las deficiencias, lo que necesita esa persona para mejorar su desempeño, o si la tarea que se le asignó es demasiado para su preparación y experiencia, pero el perfeccionista tiene un nivel de exigencia que es prácticamente imposible alcanzar y las críticas poseen un lenguaje de devaluación, con toda la carga emocional negativa que lleva ser aplastado por ineficiente.

Voy a terminar con el resistente a los cambios o los llamados “dinosaurios”, que habitualmente se ve en personas que ya tienen unos cuantos años, aunque no es exclusivo de los menos jóvenes, ya posee características que no son solo atributos de la edad, sino también de cualidades de personalidad, ya que el resistente es quien se siente cómodo en el “nido” que ha creado, o sea, en el puesto de trabajo que no le exige hacer cambios grandes en las tareas que realiza y no cree que lo nuevo sea mejor que lo que tradicionalmente se ha hecho, ya que le “asusta” el cambio, lo cual lo convierte en un elemento paralizador del medio laboral. Esto, dependiendo de la influencia y la posición que ocupa, puede hacer mayor daño en el colectivo o que el individuo termine aislado porque se sabe que los dinosaurios no son buenos compañeros. Y hasta aquí llegué hoy, pero como me quedan cosas en el tintero, volveré pronto.

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