ribbon

Arocha, el cura mambí

15 de marzo de 2013

|

Guillermo Abad Eloy González Arocha

Si los atributos del patriotismo, la virtud y la bondad fueran elementos concluyentes para beatificación, de seguro, el padre Arocha además, de capitán mambí, sería reconocido como santo.
Su nombre era Guillermo Abad Eloy González Arocha, pero en el laberinto del cariño se acostumbraron a identificarlo por el segundo apellido, costumbre no habitual en los pueblos de habla castellana. El pueblo de Artemisa lo tiene como una de sus personalidades emblemáticas y un busto suyo fue erigido en el principal parque de la localidad. Sin embargo, González Arocha nació en el habanero municipio de Regla el 25 de junio de 1868, de padre sevillano y madre cubana.
En busca de mejor destino, la familia se trasladó para el pueblo de Guanajay donde creció el pequeño Guillermo. En la misma medida que aumentaba la prole, que llegó a ser de cinco niños, la economía familiar se estrechaba. Por eso, la beca que le concedieron a Guillermito para entrar en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio resultó una bendición.
Tenía nueve años cuando en septiembre de 1877 ingresó al plantel con los beneficios de media beca. Pero su conducta y resultados académicos lograron que dos años más tarde, la merced se extendiera a la beca completa.
Entre las paredes de histórico Seminario donde había enseñado columnas del pensamiento nacionalista como el padre Félix Varela y José de la Luz Y Caballero, tuvo Arocha su primer choque con el integrismo.
Un condiscípulo —también nacido en la isla— sorprendió al joven Arocha leyendo el libro de Fermín Valdés Domínguez que denunciaba el vergonzoso proceso que culminó con el fusilamiento de los ochos estudiantes cubanos de medicina el 27 de noviembre de 1871. EL Consejo disciplinario absorbió a Guillermo González Arocha, pero su nombre quedó señalado y su persona hostigada por los que le notaban demasiado criollismo
Como antes ocurrió con el padre Félix Varela, el crecimiento intelectual del joven Arocha fue paralelo en los camino de Dios y de la patria. Había concluido la Guerra de los Diez Años y un sendero de sangre delimitaba la historia de España y Cuba. La sociedad criolla intentaba reajustarse a la modernidad de unas reformas políticas y económicas que nunca llegaban.
Mientras el integrismo colonial —del que formaban partes peninsulares y nacidos en la isla— se atrincheraba, el pensamiento cubano se debatía entre el reformismo del partido autonomista y el radicalismo de los independentistas. En este ambiente, cada vez más complejo y tirante, 21 de febrero de 1891 González Arocha fue ordenado presbítero por el obispo de La Habana, Manuel Santander y Frutos. El Papa León XIII tuvo que concederle la dispensa, porque todavía no cumplía el requisito de la edad: sólo tenía 23 años.
Por breve tiempo fue teniente cura en la iglesia del Santo Ángel Custodio, donde ejerció le padre Varela y fue bautizado José Martí. Capellán de los hospitales de Matanzas y de san Antonio de los Baños y cura ecónomo en Ceiba del Agua. Todas estas responsabilidades las desempeñó por muy poco tiempo, hasta que el 1 de octubre de 1893 llegó a su destino: Artemisa.
Pocas veces la ambivalencia de la palabra destino es tan apropiada para definir un hecho como ocupación y predestinación. En octubre de 1893 llegó el padre Arocha al pueblo de Artemisa  para ocuparse de la parroquia San Marcos Evangelista de Artemisa.
Arribó con su sentido de humanidad y deseos tener una plataforma desde contribuir al progreso moral y material de una comunidad. El pueblo era una de las entradas a la provincia de Pinar del Río, donde se cultiva el mejor tabaco del mundo. En sus cercanías también se levantaban ingenios azucareros y antiguos cafetales, ahora abandonados.
Pero detrás de Arocha llegó la guerra por la independencia de Cuba; llegó la invasión del Ejército Libertador; llegó Antonio Maceo a Pinar el Río y llegó el capitán general Weyler con el criminal plan de reconcentración de la población campesina. Artemisa dejó de ser la entrada a Pinar del Río, para transformarse en la puerta del infierno. En este horizonte bélico es que le sacerdote Guillermo González Arocha se transforma en figura histórica.

(Continuará)

Galería de Imágenes

Comentarios