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Mambises en la Plaza

2 de enero de 2017

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Fueron los primeros en irrumpir en la Gran Plaza. Con sus corceles tomados por las bridas, los hombres que simbolizaban a los mambises, abrieron el desfile de este 2 de enero. Sus jinetes eran la expresión del legado histórico de una Revolución que nació en la lucha llevada adelante en la manigua redentora, conducida primero por Martí, Maceo, Gómez, Calixto García, Agramonte, Céspedes y otros muchos patriotas.
El escenario me trajo a la mente muchas cosas. Este periodista nació y vivió en pleno campo oriental hasta que tuvo 14 años. Aprendió a trabajar la tierra antes que cultivar los géneros de la información, la crónica o el artículo. Supo de las primeras letras al rigor de unos padres exigentes que siempre apostaron por aquello de que “tienes que estudiar”.
Vivía en aquel país que al triunfo de 1959 contaba con un 85% de sus agricultores que, o pagaban sus rentas, o eran despojados de las tierras como tantas veces ocurrió.
Cómo olvidar aquella tasa de desempleo que superaba el 51% de la población laboralmente activa. Qué decir del campesinado, que el 85% de sus casas carecía de agua corriente y un 90% de esas viviendas no tenían electricidad.
Este 2 de enero vuelvo con mi recuerdo a la Gran Plaza, miro al Apóstol al que Fidel y sus hombres no dejaron morir en el año de su centenario y ante mis ojos desfilan cientos de hombres, de la sierra y el llano, de la guerrilla y la clandestinidad, de Girón y de las misiones internacionalistas. Hombres que son pura historia aunque hayan vivido y aún vivan los tiempos de los nuevos mambises, de las nuevas batallas, de las nuevas tareas.
Un barco que es todo un símbolo, llega a la Plaza custodiado por miles de niños que levantan sus pañoletas y su voz. Es la generación de hoy y de mañana. Son los niños a los que ese barco, llamado Granma y con 82 combatientes al frente de los cuales vino Fidel, les trajo la felicidad de la que hoy disfrutan.
Cuando el yate y los niños cubren el trecho de una Plaza agigantada, vuelve mi memoria el razonamiento histórico, la reflexión que lleva implícita los por qué. Y me respondo: el Granma y los pioneros que hoy lo escoltan, son dos momentos de una tradición que no puede pasar inadvertida por nuestras mentes. El Granma hizo posible la Sierra. La Sierra hizo posible la lucha. La lucha hizo posible el triunfo. Y el triunfo hizo posible esa niñez feliz que marcha por la Plaza de todos.
Sin Granma y sin su conductor Fidel, la Cuba que hoy contempla orgullosa a las nuevas generaciones, sería aquella que en 1959 no tenía cobertura médica en una buena parte del campo. Aquella donde un 65% de sus médicos se concentraba en la capital del país y donde solo el 8% de la población rural recibía servicios gratuitos de salud.
Cómo poder comparar a los niños que irrumpen en la Gran Plaza, los de esa maravilla cultural llamada “Colmenita”, con la situación que encontraron los hombres que vinieron en el Granma a conquistar la historia. En el país de 1959 el 45% de los niños de seis a 14 años no asistía a la escuela y el 23,6% de la población mayor de diez años era analfabeta.
Más de un millón de cubanos no sabían leer ni escribir, más de 500 000 niños no tenían escuelas y paradójicamente, decenas de miles de maestros estaban desempleados.
Era toda una carga demasiado pesada que Fidel, desde que asaltó el Moncada y ante el juicio que le hicieron sus captores, en su histórico alegato La Historia Me Absolverá, se comprometió a revertir.
Hoy la Gran Plaza es otra. Hoy Cuba toda es otra.
Y, mientras medito, sigue el desfile, continúa la marcha y se hace una pieza humana monolítica. Desfilan los soldados y los oficiales. Desfilan los obreros. Los sindicatos levantan su voz de apoyo y de compromiso con la Revolución. Las mujeres que se saben parte de esta obra, dan belleza sin igual y expresión serena de que con ellas hay que contar para seguir adelante y hacerlo todo mejor.
Con uniformes blancos veo a médicos y enfermeras. Recuerdo entonces que la salud en Cuba es la expresión de cómo se construye un país y también de la concreción de las ideas de ese grande —Fidel— que tanto hizo y seguirá haciendo por los seres humanos.
Esos médicos forman parte del contingente de hombres y mujeres formados por la Revolución, que brindan cobertura sanitaria en número de 1 por cada 127 habitantes; o de las enfermeras — una por cada 125 personas—, o lo que es aun más convincente: son parte de quienes han hecho posible que nuestro país tenga una mortalidad infantil menor a cinco por cada mil nacidos vivos, la más baja de toda América incluyendo a Estados Unidos y entre las más sobresalientes del mundo.
Hoy la población cubana tiene una esperanza de vida superior a los 78 años y el país hace lo posible y lo imposible por seguir mejorando todos esos indicadores sociales, ejemplo absoluto de los derechos humanos que aquí están garantizados a todos.
El tiempo en la Plaza ha transcurrido y a la par con el desfile que ya concluye y donde han sido los jóvenes los máximos exponentes, mi recuerdo vuelve a la caballería mambisa que irrumpió allí cuando comenzaba esta mañana histórica —esa historia que nunca podemos separar de nuestro presente y futuro—. Entonces regreso a escribir estas pequeñas reflexiones que me hacen cada vez más cubano y más convencido de que avanzamos firmes hacia puerto seguro conducidos por la genialidad de Fidel.
Ha sido una gran mañana, de continuidad de la obra del Comandante invicto que ahora perpetúan los que junto a él vinieron en el Granma y otros muchos más jóvenes y preparados para continuarla, sin olvidar nunca sus convicciones que hoy son realidad.

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