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La Revolución y la juventud después de Fidel

26 de noviembre de 2016

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Hoy, el mundo amaneció sin Fidel. Una realidad dura, punzante y fría; pero una realidad a la que es preciso reponerse. Aquellos que nacimos en el país que fundó tendremos que acostumbrarnos a la idea de que no estará en nuestras vidas futuras, como dejarán de estar nuestros abuelos, nuestros padres. Pero, ¿qué pasará con aquellos que nacerán en un mundo sin él? ¿Aquellos que crecerán escuchando su nombre como un eco lejano, vacío, y a veces tergiversado?

Ese nombre, Fidel, Fidel Castro Ruz, no debe ser nunca un eco lejano para nadie de esta isla. Mi mamá nació con el Triunfo de la Revolución. Ella y sus seis hermanos pudieron acudir a la escuela gracias a ese 1ro. de enero de 1959 y todo lo que vino después. Sin embargo, el día de su cumpleaños este 4 de diciembre, será también cuando los restos del Comandante reposen junto a José Martí, a Carlos Manuel de Céspedes, a Frank País en el cementerio de Santa Ifigenia.

 

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Más triste que la partida del líder indiscutible de este país es ver cómo esta es una buena noticia para algunos cubanos, que aunque lejos, siguen siendo cubanos. Entristecen también la desmemoria, la necedad, el irrespeto al luto ajeno, al nuestro. Esa también es una realidad dura, punzante y fría; pero la Revolución también es una realidad, una irrevocable.

“Ellos creen que con Fidel se muere la Revolución, y aunque los hombres mueren, las ideas no. Bien nos enseñó a continuar su legado”, dice mi papá al otro lado del teléfono, sin que con ello diga algo nuevo. Todo el que cree en la Revolución sabe que ella no se trata de un solo hombre.

 

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Cuando supe la noticia anoche, en la primera persona en que pensé fue en él, y en todo lo que me había enseñado. Que la muerte de Fidel me duela tanto significa que me ha enseñado bien: que soy fiel al hombre más importante de este país después de siglo XX tanto como lo soy a mis raíces y a mi familia. Porque aunque muchos digan que no se es revolucionario por herencia, de nuestros padres sí aprendemos las convicciones y el sentido de la justicia, por sus experiencias, que por suerte, no fueron las nuestras. Mi papá no nació con la Revolución.

Entonces vuelvo a pensar en los que nacerán sin él, y en cómo las escuelas y los hogares serán los encargados de que ese nombre, Fidel, no sea un eco lejano, un papel impreso y baldío a partir de este noviembre. Pienso, ¿serán esos padres como los míos?

 

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La Comisión Organizadora del Comité Central del Partido, el Estado y el Gobierno para las honras fúnebres del Comandante en Jefe ya informó que los días 28 y 29 en el Memorial “José Martí” podremos despedirnos de él, pero ¿cómo se le dice adiós a este hombre?

Esos días podremos firmar el juramento de cumplir el concepto de Revolución que nos legó el primero de mayo del 2000. Yo por entonces tenía 8 años, y era difícil entender a plenitud lo que quería decir el gigante cuando llamó a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, a “defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio”, cuando habló “de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.

 

 

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Hoy la juventud está llamada a mantener la Revolución y hacerla más fuerte, porque ella significa “luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo”. No somos tan distintos de aquellos que el 22 de diciembre de 1961 se concentraron bajo la lluvia en la Plaza de la Revolución para proclamar a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo; y que meses antes habían inundado los campos y las ciudades con palabras nuevas, lápices y faroles chinos. Aquellos, nuestros padres y abuelos, lucharon por lo que tenemos hoy en un contexto distinto. A nosotros nos toca lo mismo, en este, nuestro tiempo: luchar por el país que heredarán nuestros hijos, y sus hijos, ya sin Fidel.

 

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En las horas que continuarán después del 4 de diciembre, quedará la sensación de orfandad que nos inunda desde las 10:29 de este viernes 25. ¿Quién no quisiera ahora un rabo de nube, un barredor de tristezas, un aguacero en venganza, que cuando escampe parezca nuestra esperanza?

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