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Sin varita mágica

25 de noviembre de 2016

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Todos conocemos personas que tienen como emociones más frecuentes las negativas, ya sea porque andan enojados con frecuencia; tienden a la tristeza; son desconfiados; no son capaces de ser empáticos; son intolerantes; son prepotentes; orgullosos en extremo y muchas otras formas en que se puede manifestar el repertorio emocional negativo humano. Siempre uno se pregunta por qué esa persona es así, tratando de encontrar las causas porque no es una actuación equilibrada andar siempre “machacando en baja” como decimos los cubanos. Es por ello que nos ponemos a “psicologizar” la infancia del antipático, los conflictos, los traumas que lo han afectado: así que vemos si la madre lo quiso de niño; si el papá lo llevaba a jugar al parque; si por alguna casualidad la esposa o el esposo le pusieron los cuernos, y así una larguísima lista de situaciones que analizamos y volvemos a analizar, ya sea porque es alguien con quien convivimos, y eso no afecta constantemente o simplemente nos gusta hacer el bien y queremos ayudar al prójimo.

Entonces, acto seguido tratamos de ayudar al desfasado emocional, y ahí podemos empezar a cometer errores, ya que se sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. De esta manera nos olvidamos de hacer algo muy importante y es saber si la persona quiere cambiar y tiene recursos personales para hacerlo. Y no es que diga que hay que hacerse de la vista gorda y dejar que los demás anden con malas pulgas o cabizbajos por el mundo, siendo infelices ellos mismos y a los demás, sino que hay que saber ayudar y no creer que es fácil hacer cambiar emociones que son la representación afectiva de rasgos de personalidad que  pueden estar arraigados profundamente. Incluso, voy más lejos, ya hay que saber si la persona quiere que seamos nosotros quien le hable de ese asunto, o sea, hay que tener una cercanía afectiva, confianza y experiencia en el manejo de las relaciones interpersonales para enfrentar una tarea de esa envergadura.

Recuerdo que hace unos años llegó a mi consulta una pareja que trabajaban juntos; el hombre traía a su amiga porque ella tenía como forma de actuar, la desconfianza y creía que los demás le tenían envidia, por lo que creaba un ambiente de trabajo muy tóxico, y él, con muy buena disposición y sin consultar con ella, la agarró de la mano y la llevó a verme, sin que ella lo supiera, como un padre que lleva a su hijo a la escuela por primera vez. Mi frase favorita cuando alguien quiere que yo haga milagros es que mi bola de cristal y mi varita mágica están en el taller de mecánica, por lo que no puedo hacer lo que me piden, pero en este caso no se lo dije ya que no quise enrarecer más el ambiente. Claro que yo no pude hacer mucho por ella, porque la señora ni habló en esa entrevista y nunca más la vi, porque –y aquí quería llegar– lo primero que hay que hacer para cambiar es que uno mismo esté en disposición de hacerlo o no, ya que hay quienes con esas manifestaciones emocionales negativas tienen un mal funcionamiento funcional ¿les parece una contradicción? Pues no lo es, porque eso ocurre cuando los demás se ajustan a esa persona, se acomodan, tratando de suavizar los efectos negativos como por ejemplo, no molestar al iracundo evadiendo conversaciones, situaciones que lo molesten o sea, aguantando la tormenta lo mejor posible, y los que pueden, simplemente se alejan. Los que no logran que el resto del mundo se ajuste a su mal humor tiene varios caminos como son aislarse del medio (que fue lo que hizo la mujer que les puse como ejemplo) o si  encuentran una motivación lo suficientemente fuerte que los hace verse realmente como son y lo dañino de su conducta, pues empiezan con el primer paso para el cambio que es la disposición y así deben seguir con consultar el espejo interior, o dicho en términos psicológicos, realizar la introspección para percatarse qué le sucede y sus razones. Esto no se consigue chasqueando los dedos y ya, amanece un hombre o mujer nuevos, sino que es como el pequeño que llega a la escuela, hay que tener paciencia y avanzar aprendiendo y eso se llama –como ya ustedes saben– alfabetismo emocional.

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