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Por donde rompe la soga

16 de septiembre de 2016

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Ocho años después de la debacle económica del capitalismo en Estados Unidos, que exportó al resto del mundo, comenzando por Gran Bretaña, conocidos de Atlanta siguen subsistiendo, luego de haberse visto obligados a mudarse de Miami –ciudad que, confiesan, no soportaban– y recorrer una serie de pequeños poblados del estado de Georgia, viviendo cada vez más precariamente,

Víctimas de aquel engendro engañador que se denominó subprime –hipotecas de alto riesgo y considerable usura–, ello le sirvió para evitar una nueva forma de endeudamiento para conseguir una vivienda.

Han tenido una cierta suerte, por ser blancos, con suaves facciones árabes, la mayoría “güeros”, lo cual les ha facilitado eludir la presión en un estado norteamericano que tiene una triste historia de racismo, conservador y que, por supuesto, vota republicano.

La crisis se notaba desde hacía tiempo en el ambiente, y cuando el sistema financiero decidió, finalmente, admitir su existencia, un millón de estadounidenses habían perdido ya su vivienda y otros cientos de miles la fueron perdiendo de modo irremediable a corto plazo.

Fuentes de la industria inmobiliaria han señalado que el número de hipotecas aumentó aceleradamente después de una caída en el valor de la vivienda. Como resultado, muchos de sus propietarios no las pudieron vender, porque el valor del mercado era más bajo que el monto de la deuda hipotecaria. Esa situación redujo el ritmo de construcción y empujó los valores de las casas a una mayor caída.

Es el drama de esas personas el que conmueve e indigna. El dinero recaudado por los inescrupulosos está generalmente a salvo, refugiado en otras inversiones o depositado en cuentas secretas de paraísos fiscales. Sin embargo, nadie va a devolverles sus casas ni el dinero invertido a los esperanzados e incautos tomadores de las hipotecas “subprime”.

La crisis financiera pasará porque está generada no solo por el miedo, sino también por la avaricia. Las pérdidas se asumirán porque no son tanto pérdidas reales como reducción o falta de las ganancias previstas.

El sistema sobrevive. Son sus víctimas más frágiles las que perecen y con ellas se desvanece en cierta medida la confianza de los más débiles económicamente, que toman sus decisiones sobre la base de la sobreentendida solidez y fiabilidad de las instituciones financieras.

Hoy, ese capitalismo es cada vez más salvaje,

aprovechado por especuladores de toda laya para esquilmar a quienes sostienen la parte más débil de la soga.

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