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Los clásicos, por sobre todas las cosas

9 de septiembre de 2016

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Cuando se resquebrajó el campo socialista europeo, con la principal pérdida de la Unión Soviética, muchos conocidos revolucionarios a mi alrededor, quedaron “shockeados” y solo atinaron a rechazar las lecturas y recomendaciones de los clásicos del materialismo científico, e incluso me “donaron” libros teóricos sobre economía política del socialismo.
La historia, por supuesto, no les dio la razón, algo lógico cuando se estudia impensadamente a los grandes pensadores, quienes, sin proponérselo, ya daban respuesta anticipadamente a toda esa parafernalia neoliberal que inunda y domina la mayor parte del universo.
Veamos como Karl Marx definía en sus Elementos fundamentales para la critica de la economía política de 1857-1858, como las tendencias principales de un capitalismo muy desarrollado que “más bien tiene que empobrecer (al trabajador), ya que la fuerza creadora de su trabajo en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como poder ajeno”, porque –continúa más adelante– “todos los adelantos de la civilización, por consiguiente, o en otras palabras, todo aumento de las fuerzas productivas sociales, si se quiere de las fuerzas productivas del trabajo mismo (tal como se derivan de la ciencia, los inventos, la división y combinación del trabajo, los medios de comunicación mejorados, creación del mercado mundial, maquinaria, etc.) no enriquecen al obrero, sino al capital.
O sea, una vez más, solo acrecientan el poder que domina el trabajo; aumentan solo la fuerza productiva del capital. Como el capital es la antítesis del obrero, aumentan únicamente el poder objetivo sobre el trabajo.
Nada de capitalismo humano, ni de capitalismo en su versión salvaje (neoliberal). Todo es una acción obscena para quien trabaja y verdaderamente genera riquezas, porque al no ser dueño de los medios de producción, no puede obtener justicia social.
Tenemos el ejemplo clásico, el más socorrido, Estados Unidos, como lo presenta un personaje nada sospechoso de comunista y antinorteamericano, dos cosas diferentes:
David Cay Johnston, ex reportero de asuntos fiscales en el New York Times, escribe en su portal Internet sobre las estadísticas que muestran esta acumulación de la riqueza en el tope de la pirámide en Estados Unidos, y apunta que no siempre ha sido así, pero que ahora la riqueza está siendo apilada en el tope mientras se escabulle lo poco que quedaba en la base.
Añade que durante las décadas de 1950 y 1960 el ingreso del 90% de la base de la pirámide tenía una tasa de crecimiento que era el doble de la tasa de quienes estaban en el tope. Pero en los últimos 30 años todo el crecimiento del ingreso (98%) se fue al 10% del tope, y en particular al 0,1%.
Los altos ingresos y los bajos impuestos ayudaron a apilar la riqueza en el tope, mientras la base de la pirámide, el 40%, compuesto por 120 millones de estadounidenses, fue empujada hacia abajo en la distribución de la riqueza, por el estancamiento o la baja de los salarios. Esos 120 millones de estadounidenses, resalta Johnston, solo poseen una pequeñísima fracción, el 0,3%, de la riqueza total.
Un sondeo de Norton y Ariely sobre impuestos y riqueza en Estados Unidos –efectuado a partir de un muestreo de 5 522 personas– enseña una real “desconexión” entre lo que el pueblo estadounidense cree y la realidad. Al ser interrogados sobre la “distribución ideal de la riqueza” una aplastante mayoría de encuestados opino que el 20% del tope de la pirámide posee entre el 30% y 40% de la riqueza, o sea como en Suecia, cuando en realidad posee más del 85% del total. En Estados Unidos el 15% de la riqueza es compartida por el 80%restante de la población.
Pero lo realmente cierto es que la disparidad es mayor, lo cual provocó movimientos sociales incompletos, como Ocupa Wall Street,que ayudó a divulgar que el 1% de los multimillonarios norteamericanos controlan las riquezas de la nación, sin que se logre hacer algo tangible para frenar esta desigualdad.
Por todo lo anterior, uno se pregunta el porqué de esta pasividad, después de tantos años de estancamiento o bajas de salarios, de beneficios reducidos y de creciente ansiedad sobre si se quedarán sin empleo antes de que puedan retirarse y recibir alguna jubilación.
Hacemos este señalamiento sin tener en cuenta el agravamiento de la situación por la burbuja inmobiliaria que creó o coadyuvó a crear la crisis del 2008, que estremece aún a EE.UU. y a gran parte del planeta.
Al efecto, el profesor Daniel Ariely de Duke University, opina que esta pasividad es en realidad el resultado de un “entrenamiento a la impotencia”, como el que se efectúa con los perros para que sean obedientes, pasivos y repriman su natural agresividad. Una impotencia introducida de manera externa para que uno no pueda relacionar la causa y el efecto, devenga depresivo y acepte la situación.
Impotencia, humillación y temor son términos que un creciente número de observadores sociales utilizan para definir esa apatía y el desencanto político y social que afecta a las masas en muchos países. Pero esto no es producto de una “generación espontánea”, sino el resultado de una guerra de clases para controlar a ese 80% de la población que está siendo sometida a un rápido empobrecimiento para mantener un sistema que permite a los más ricos multiplicar su riqueza anualmente y que clásicos, como Karl Marx, habían previsto.

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