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¿Envejecimiento y polimedicación son necesariamente sinónimos?

23 de septiembre de 2016

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Es una visión más que frecuente en nuestras farmacias de barrio ver a los “menos jóvenes” merodear constantemente para indagar por tal o más cual medicamento.
Hace poco, estando de paso por una de ellas en busca de aspirinas, mientras esperaba por ser atendida entablé una interesante charla con una señora de la tercera edad, que sin pensarlo en ese instante, dejó sembrado en mí el incentivo para escribir este artículo.
Nuestra charla giró inicialmente sobre la fecha de vencimiento de los medicamentos y su significado en la calidad y seguridad de los productos. Al comenzar a explicarle, en vistas de lo argumentado de mis respuestas, surgió en ella el cuestionamiento acerca de cuál era mi profesión. Así que no tuve más remedio que confesarle que su interlocutora era precisamente una farmacéutica.
A partir de ese momento la señora comenzó a contarme pormenorizadamente de todos sus padecimientos, que dicho sea de paso no eran pocos, y de los medicamentos que iba a comprar. Me contó que había sido diagnosticada de hipertensión arterial a muy temprana edad y desde entonces llevaba un tratamiento para controlarla, pero no pudo evitar hacer la observación de que al cumplir los sesenta años, el número de medicinas que tomaba se había incrementado notablemente. “Son los achaques de la edad”, me dijo sonriendo.
Al ver todos los medicamentos que compraba comencé a adivinar, auxiliada de mis conocimientos de farmacología, cuales debían ser sus “otros achaques”. El ejercicio con la señora me resultó muy interesante y también me permitió comprobar que una buena parte de los medicamentos que usaba tenían efectos unas veces sinérgicos y en otras antagónicos entre sí. Incluso, en algunos casos, su uso no era del todo recomendado. Sin embargo, muy convencida la escuché decir que si bien tantas medicinas no la habían curado, tampoco le habían hecho daño.
Después de repasar uno a uno el rosario de fármacos, realmente quedé sorprendida de que no hubiera padecido aún de úlcera o al menos de gastritis, pues prácticamente consumía un tercio del día en tomar semejante “mejunje”.
La charla concluyó y después de recomendarle que se cuidara, nos despedimos la señora y yo, y salimos de la farmacia. Yo con mi solo paquete de aspirinas y ella con todo su botiquín ambulante.
A pesar de que este fue apenas un encuentro breve, no he podido dejar de pensar que al igual que esta polimedicada señora, muchos como ella viven convencidos de que las cuentas de los achaques de la edad solo se ajustan con medicamentos, cuando en realidad envejecer es una consecuencia directa de estar vivo.
Estos famosos “achaques” no son más que huellas que dejan en nuestro organismo el paso de los años y los excesos cometidos. El desgaste de una compleja maquinaria que no ha parado de funcionar ni un solo segundo desde el momento mismo en que se estrenó a la vida.
Es por ello que en lugar de tomar medicamentos cuando empiecen a aparecer los achaques, lo recomendable es vivir la vida de un modo que nos permita minimizarlos en el futuro. Porque dando respuesta a la interrogante del título, en absoluto envejecimiento y polimedicación son sinónimos.

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