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Rafael Suárez Solís

29 de julio de 2016

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Quien revise la prensa de buena parte de la primera mitad del siglo XX hallará con frecuencia la firma de Rafael Suárez Solís. Ello no es de extrañar si damos por cierto el dato extraído de una conferencia dictada en su honor donde se expresa que redactó alrededor de 17 000 artículos periodísticos y que esa obra se escribió en su patria adoptiva: Cuba.

Este autor, que hoy permanece bastante olvidado tanto en Cuba como en España, está considerado uno de los escritores más importantes nacidos en Avilés, Asturias.

Nació el 29 de agosto de 1881 y en su natal Avilés hizo los estudios primarios hasta el bachillerato. Por presiones paternas matriculó en la Universidad de Oviedo la carrera de Ingeniería, algo que, paradójicamente, no hizo sino afianzar su decisión de encaminarse profesionalmente hacia las letras y el periodismo, el oficio de toda su vida.

En 1907 llegó Rafael –joven de 26 años a la sazón– al puerto de La Habana, la ciudad que alumbró su quehacer pero jamás le hizo olvidar su raíz avilesina, presencia recurrente en su obra.

De su condición periodística y de la buena acogida que recibió dan prueba algunos de los diarios donde colaboró en momentos en que el contexto periodístico, con la instauración del la República y el complejo panorama político social de la nación, era una fuente pródiga de noticias y algunos diarios, en el afán de mantenerse en la preferencia de los lectores, sacaban más de una edición diaria.

Del importante Diario de La Marina fue corrector en un inicio, pero llegaría a ser director interino, además de una de sus firmas asiduas. Colaboró además en Pueblo, El País, Chic, Ahora, Revista de Avance, Revista Bimestre Cubana, Alerta, Información, El Mundo… codirigió la revista Archivo José Martí y también escribió para publicaciones argentinas y españolas.

Novelista y dramaturgo además de periodista, en 1937 la Dirección de Cultura premió su pieza Barrabás, que se publicaría años después. También se le confirió el Premio Periodístico Justo de Lara, en 1940; el Juan Gualberto Gómez, en 1950, y el Premio Nacional de Periodismo José I. Rivero, también aquel año.

Al morir en La Habana el 27 de octubre de 1968 hacía mucho que era ciudadano cubano: desde 1911, cuando entretejió su destino al de la isla antillana que lo acogió como a un hijo.

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