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Al taller de la vocación

2 de julio de 2016

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como-pintar-gouache-utilizando-el-aerografo-L-MEU9hfEl padre y los hermanos mayores escondían cualquier objeto capaz de producir una línea o un color en cualquier lugar expuesto a las intenciones explorativas del último de la familia. Esos hermanos mayores se burlaban del mazacote multicolor en una baldosa del piso y armaban un alboroto si aparecía en el forro de una libreta de la escuela. La madre, rebosante de menopausia, lo perseguía furiosa al encontrar “otra mancha” en la pared de la sala. Se refugiaba en el abuelo. Él establecía la paz mientras que con tristeza, desaparecía el dibujo de la pared o forraba otra vez las libretas adornadas por el último de los nietos.
El anciano lo descubrió y agradecía este premio venido en un gen o en el toque de la varita mágica. Era el signo del perdón. Estaba perdonado por el ejercicio de la envidia. Este nieto sabía traducir ideas y emociones con sus manitas. Replicaba lo escondido en los recuerdos de su infancia. Aquel padre le prohibió el estudio de la pintura, no por maldad. En palabras directas le mostró las razones y sucumbió. Los artistas se morían de hambre. Solo unos pocos triunfaban. Con sacrificios le pagarían una carrera útil en prestigio y recompensa monetaria.
El anciano escuchó en la radio la propuesta. En este verano, abrirían varios talleres para iniciar a los niños en los rudimentos de las artes visuales. Así la llamaban ahora. El pequeño afianzaría la vocación. Él se comprometería ante la madre a la ida y la vuelta. Estaba seguro que convencería a los padres. Los tiempos habían cambiado. De todas maneras preparó el discurso para esa tarde. En los últimos tiempos se convirtió en un lector apasionado y no se perdía en los medios, los espacios dedicados al enriquecimiento cultural y científico. Hablaría de lo provechoso que sería para el niño definir desde esta edad temprana la vocación. Derrocharía la alegría interna de aquellos que estudian y trabajan después en lo siempre soñado. Entregaría su secreto archivado y tan guardado que huyó de la visita a exposiciones y noticias. Le dolía y lo confesaría. Sentía envidia ante los nombres de los famosos. Solo en la vejez retornó y las buscaba y admiraba, y ahora se sentía perdonado y premiado en este último de los nietos. Los padres acataron el propósito y agregaron otras razones. Lo de la vocación estaba sometido a discusiones, pero algo pesaba y el romanticismo del anciano los enternecía. Sobre todo los estimulaba razones cercanas a las que en otros años, desviaron el camino del abuelo. Para el pequeño, les gustaría una profesión de prestigio social y moneda dura en los bolsillos. El Arte Cubano era curioseado en los mercados foráneos y en los próximos años subiría en precio.
Sorprendido por estas nuevas apreciaciones ni siquiera evaluadas por él, pero feliz al conseguirle el primer escalón al nieto, el viejo marchó a contarle el éxito obtenido. El pequeño saltó, aplaudió, rió y por último, se abrazó a su cintura. En sus ojos brillantes, leyó que como él en su infancia, la estricta vocación solo tenía en cuenta el mercado libre del espíritu.

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