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Vacío político

31 de mayo de 2016

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Números oficiales dicen que Egipto ha ido superando la crisis económica, gracias a inversiones extranjeras, principalmente estadounidenses, británicas y, por “debajo del tapete”,
Israelíes, pero la bonanza no llega a las capas bajas de la población, donde crece la certidumbre que el régimen de Sissi es peor que el de Mubarak.
En realidad, Sissi ha hecho mutis en el contacto con las masas y eliminado la resistencia de los Hermanos Musulmanes y de su encarcelado líder y presidente que depuso, Muhamed Mursi, electo democráticamente en las urnas.
No obstante, Mursi no representó tampoco beneficio al pueblo, porque respondía de cierta manera a la política imperialista en la región y su propósito de derrocar al gobierno legítimo sirio, contribuyendo con hombres y armas a una oposición que hizo juego al terrorismo, tanto del Estado Islámico, como el “permitido” de Occidente.
Esto ayudó a Sissi a descabezar a los movimientos opositores, preparar el terreno para una amplia situación neoliberal y entronizar la apatía y desesperanza entre las masas.
Algunos señalan, repìto, que el actual gobierno de Sissi es peor que el de Mubarak, pero, cierto o no, esto no es problema de ahora, sino que surgió desde el derrocamiento de la monarquía egipcia y la llegada al poder del líder nacionalista Gamal Abdel Nasser.
No se formó una legítima conciencia política, se utilizaron métodos paternalistas y no se preparó consecuentemente al pueblo para enfrentar a la reacción militar extranjera, principalmente sionista, que se le vino encima, no solo en la denominada Guerra de los Seis Días, en 1967, sino en otras conflagraciones militares, en 1973 y en la fracasada ayuda solidaria e internacionalista a Yemen, así como en el actual enfrentamiento a los terroristas en El Sinaí.
Lo cierto es que la actual inoperancia oficial se pudo ver en el manejo de los asuntos egipcios por la oligarquía local y los monopolios extranjeros en la todavía reciente reunión de Sharm el Sheikh.

 

RECORDATORIO

 

Como señalamos, Mursi llegó al poder en elecciones consideradas legítimas, con la anuencia de Estados Unidos, quien domina en última instancia las decisiones finales del mando militar, en un afán de evitar un estallido mayor por la crisis incoada durante tantos años de poder dictatorial de Mubarak.
Desde la expulsión de Hosni Mubarak en el 2011, EE.UU. ha luchado por encontrar el balance entre la débil democracia al estilo occidental y la protección de sus intereses geopolíticos, e incluso, hasta que santificó el derrocamiento, recomendó a Mursi que aceptara un compromiso con el ejército y los manifestantes; trató de mediar entre los militares y los Hermanos Musulmanes, y fue muy cuidadoso de no referirse a la violenta deposición del gobernante como un “golpe de Estado”, para no molestar a los generales y a los millones de personas que pedían su derrocamiento.
Esta situación, por supuesto, enfureció a los Hermanos Musulmanes y a sus partidarios, ya que les robaron lo que se eligió en las urnas.
Cuando Barack Obama interrumpió sus vacaciones en Martha´s Vineyard, condenó “fuertemente” la violencia, dijo que EE.UU. se oponía a la imposición de la ley marcial en Egipto, y trató de defenderse de las acusaciones de culparlo por lo que marchó mal allí.
Pero, a pesar de la confusión inicial, el ejército egipcio sigue siendo un aliado de seguridad clave para EE.UU. El apoyo de los generales es crucial para mantener el tratado de paz del país con Israel, conocido como el acuerdo Camp David, firmado en 1979. Washington también apoya a El Cairo en su lucha contra los rebeldes en el Sinaí, en la frontera del territorio arrebatado por Tel Aviv.
Ahora, se mantiene el fuerte dominio de un establishment local que protege los intereses extranjeros, tiene a Sissi como pantalla y lleva a Egipto al más completo vacío político.

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