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Ernesto Lecuona-Epistolario (XL)

27 de mayo de 2016

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En librerías de la capital y provincias cubanas se encuentra a la venta la segunda edición de nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, que, publicada por la editorial Oriente, de Santiago de Cuba, se diera a conocer en la edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana 2014

Y para que los lectores de esta sección aprecien el contenido del aludido título, continuamos en De Ayer y de Siempre la inserción de gran parte de las epístolas que integran la aludida obra

 

El 17 de abril de 1958 falleció en La Habana la cantante y actriz Rita Montaner, a quien el pueblo aún recuerda como “Rita de Cuba” y “la Única”.

     La magnitud del dolor experimentado en tal circunstancia, imposibilitaría a Ernesto Lecuona asistir a la funeraria Rivero, de El Vedado, y al entierro de tan querida amiga en la necrópolis de Colón. Pero aún estremecido a causa del impacto que le causó aquella muerte, escribió un testimonio evocador de su coterránea guanabacoense, a partir de sus años infantiles y los treinta y cinco años en que siempre ocupó un lugar primario en los elencos lecuonianos. Bajo el título “Fue la más genial intérprete que hemos tenido jamás”, apareció en la Bohemia del 4 de mayo de 1958. Solo en esa oportunidad Lecuona redactó páginas de esa naturaleza, en las cuales rendiría homenaje póstumo a una figura proclamada mucho antes por él “la más grande artista de Cuba de todos los tiempos”.

 

Conocí a Rita Montaner en el Conservatorio Peyrellade. Estaba situado en la Calzada de la Reina, número 3. Lo dirigía Carlos Alfredo Peyrellade. Rita y yo estudiamos solfeo y piano en aquel establecimiento. Recuerdo que iba siempre acompañada de su padre: un caballero bien plantado y extremadamente amable. Por razones que no puedo explicar aquí, salí del Conservatorio y tomé clases de un profesor privado, Antonio Saavedra, que fue discípulo de Ignacio Cervantes.

Rita siguió en el Conservatorio, y una vez, invitado por una amiga, fui a una fiesta donde se presentaban los alumnos más aventajados. Rita tocó ese día un movimiento de una sonata de Beethoven. Me pareció que sus condiciones pianísticas eran notables.

 

Después me dediqué a tocar en cines y perdí de vista a Rita.

Años más tarde me enteré de que ella recibía clases de canto de un eminente maestro: Pablo Meroles, ya que poseía una voz bellísima y un gran temperamento. No lo puse en duda, pues siempre me pareció una mujer excepcional para la música en todos sus aspectos.

 

La muchacha de Guanabacoa

La vida es rara, porque aquella amistad que había nacido de cierta compenetración espiritual y artística se esfumó, por decirlo así. De suerte que Rita y yo anduvimos lejos, sin contactos sociales siquiera.

Yo continué mis estudios con Joaquín Nin, que reemplazaba a Saavedra en esa labor. Más tarde entré en el Conservatorio Nacional, donde recibí clases directas de Hubert de Blanck. En este conservatorio alcancé mis títulos de profesor de piano y solfeo. Entonces fue cuando alguien me dijo: “¿Sabes que tienes una paisana que, además de tocar el piano muy bien, canta mejor?” “¿Una paisana? –pregunté–. “Sí, una guanabacoense” –me contestaron. Y no sé por qué me vino a la mente el nombre de Rita Montaner.

Y era ella. En efecto, tocaba el piano admirablemente y de ese modo cantaba. “¡Es magnífica!” –exclamaban quienes la oían.

Como ella y yo nos habíamos alejado, sin saber por qué, quedé esperando a que me invitara a su casa de Guanabacoa, a fin de “hacer un poco de música”, pretexto para poder oírla. No fue así. Pero, como sé esperar, me dije: “Ya la oiré”.

Fui a Nueva York. Estuve ausente de Cuba varios meses. Al regresar, un amigo a quien admiré y profesé hondo afecto, el compositor Eduardo Sánchez de Fuentes, autor de la habanera y de muchísimas obras más, me preguntó si conocía a una muchacha de Guanabacoa que se llamaba Rita Montaner. Le respondí que sí, naturalmente, y le conté mi pequeña historia acerca de ella. Sánchez de Fuentes se disponía a conocerla y a oírla. Yo tendría que esperar.

 

Algo inesperado

Pero todo esto se interrumpió con algo inesperado: otro viaje a Nueva York. Esta vez para grabar en rollos de autopiano autógrafo Ampico unas composiciones mías.

Yo había tratado a Mariano Meléndez, tenor de espléndidas facultades y artista de pies a cabeza. Mariano iba también a Nueva York con el propósito de grabar con la compañía de discos Brunswick, y quería que yo lo acompañara. Acepté y nos dirigimos a la Babel de Hierro.

Mariano, posteriormente, dio sus acostumbrados conciertos con un público inmenso que lo seguía, y yo me preparé para ofrecer un recital de obras clásicas y mías en el Aeolian Hall (desaparecido ya), y que significaba la primera sala de concierto de la gran ciudad.

Y siguen las sorpresas: dos amigos se unieron a mí: Eduardo Sánchez de Fuentes y Gustavo Sánchez Galarraga. Los dos fueron a Nueva York.

 

Como oí a Rita

Eduardo ya había oído a Rita. Estaba maravillado. Yo, con menos suerte que él, seguía esperando. Continuaba sin conocer la voz de mi condiscípula.

Pasaron algunos años y supe que Rita se había casado con el abogado Alberto Fernández Díaz.

Yo estaba en España haciendo una tournée con la magnífica violinista Marta de la Torre, contratado por la Casa Daniel.

Mi primo Eugenio Lecuona, diplomático, padre de la compositora Margarita Lecuona, autora de Tabú y Babalú, me pasó un cable para ofrecerme un contrato de dos semanas (como prueba) para el Capitol Theatre, de Nueva York. Acepté. Y debuté con tanta suerte que las dos semanas se convirtieron en seis.

Al volver a mi patria, encontré anunciado un Festival de Canciones cubanas, organizado por Sánchez de Fuentes, con la colaboración de Eusebio Delfín, compositor y autor, y Guillermo de Cárdenas, periodista.

En este festival cantaba Rita Montaner.

¡Al fin iba a oír a Rita!

Asistí al acto. Quedé entusiasmado oyendo a mi “paisana” de Guanabacoa. Subí al escenario. La felicité calurosamente. Recordamos nuestros tiempos del Conservatorio Peyrellade. Un mes más tarde, hice yo unas presentaciones en Payret para interpretar la música que había sido mi éxito en el Capitol, de Nueva York.

Allí, por primera vez, estuvo Rita Montaner en una fiesta musical mía.

(CONTINUARÁ…)

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