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2013: Martí y el Moncada

7 de enero de 2013

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Ha llegado a convertirse en práctica habitual de los interesados en la historia, el revisar, con el arribo de cada nuevo año, aquellos acontecimientos, hechos, sucesos, que merecen ser recordados y homenajeados a lo largo de los meses por venir. Son esos pasajes que, por su real alcance y trascendencia, marcan hitos en el devenir de una época.
Es indudable que los cubanos – y, también, muchos hombres y mujeres del mundo – rendirán tributo, en este recién estrenado año 2013, a dos hechos históricos que, aunque relacionados directamente con el entorno de la isla, por su significación y relevancia, marcaron los destinos de la humanidad de su tiempo y del tiempo futuro.
Era el 28 de enero de 1853, hace ahora ciento sesenta años, que nacía, en la capital cubana, el hombre que, con su acción y pensamiento, organizaría la guerra necesaria para liberar a Cuba del yugo colonial español y, a la vez, alertaría sobre la amenaza que, para las aguerridas tierras de Nuestra América, significaba el poderoso vecino del norte.
José Martí, el más trascendente revolucionario e intelectual del siglo XIX cubano, se convertiría, de tal manera, en un auténtico abanderado de las nobles aspiraciones de justicia, paz, libertad, soberanía e independencia, tanto de los cubanos como del resto de los pueblos que se extienden desde el río Bravo hasta la Patagonia.
No es sorprendente, por ello, que, en el año del centenario del Apóstol, un grupo de jóvenes, encabezado por Fidel, enarbolara las ideas del Maestro como guía para una acción armada que, aunque no lograba su propósito, sirvió para marcar un antes y un después en el empeño de derrocar a la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista.
Porque los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de Julio de 1953, significaron no sólo un nuevo rumbo en los empeños revolucionarios de los cubanos, sino también una alerta al mundo de que un cambio radical de la sociedad era, además de necesario, posible, como única vía para el mejoramiento humano.
En “La historia me absolverá”, su paradigmático alegato de autodefensa, al ser acusado por esas acciones revolucionarias, Fidel, en enfáticas y enérgicas palabras, aseguraba:

Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!

Resultan evidentes los postulados martianos que sustentaron la lucha insurreccional de Fidel y los jóvenes de la Generación del Centenario hasta la victoria definitiva de enero de 1959. Recuérdese que, el propio líder del entonces naciente proceso revolucionario, confesaba que Martí era el autor intelectual del asalto a la hasta ese momento inexpugnable fortaleza militar del oriente de la isla.
No es necesario fundamentar la relevancia que, en este año 2013, adquieren ambas efemérides. Dos acontecimientos indisolublemente entrelazados en la historia de la patria, que han dejado su huella indeleble en la memoria, la conciencia, la acción, de quienes, en cualquier latitud del mundo, saben el valor de la palabra libertad.

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