ribbon

La pareja ideal

2 de abril de 2016

|

index (Small)Para los vecinos del edificio, aquellos ancianos constituían un matrimonio perfecto. Sus caras sonrientes acompañaban a los saludos. La voz acaramelada de ella al despedirlo en la puerta año tras año, el brazo de él sosteniéndola al bajar las escaleras, constituían imágenes repetidas y admiradas. Servían de ejemplo a los jóvenes de rápidos rompimientos amorosos. De ese apartamento nunca habían salido gritos de trifulcas, palabras mal sonantes, ofensas irrepetibles. Para los oídos inquisitivos, en las conversaciones sostenidas con ellos, quizás notarían que la voz de él sonaba más alta, la de ella en un susurro.
Los vecinos más antiguos lo sabían. Estaban cercanos a cumplir los cincuenta años de un matrimonio ideal. Aunque no eran dados a fiestas ni ostentaciones, esa fecha especial no pasaría por alto. Así pensaba también la anciana. En silencio, paso a paso, preparaba para ese día una fiesta particular. La ida de sus hijos con sus vidas propias le quitó la única felicidad gozada a pleno en aquel casamiento. La jubilación de él hacía apenas un año, lo situó junto a ella a tiempo completo con sus órdenes y manías criadas y aumentadas con la edad. Estas dos razones le otorgaron el poder de una decisión indecisa por años.
A puertas cerradas, el matrimonio ideal se le diluyó poco a poco, al compás de los rostros alegres y noticias de las otras mujeres del edificio. A aquellas les crecieron alas, cortadas para ella desde el primer día que pidió al esposo la incorporación a un curso en que sus manos hábiles se destacaran y en donde él descubrió desde un principio, el germen de las alas.
Desde ese día y ante cualquier intento, se le cerró la puerta de salida convertida en cárcel adornada de cortinas y risas infantiles. Empezó a enumerar silencios más tarde clasificados, respuestas no pronunciadas, pareceres mordidos en los labios por fuera sonrientes porque los hijos sí tenían el derecho a la felicidad plena. Los asuntos comunes no resueltos ni se planteaban. Órdenes obedecidas sin comprenderlas ni aceptarlas, cumplidas cabeza abajo. Otros silencios prolongados sin discusiones aclaratorias cambiaban como cambiaban las cifras de los años.
Vivió en el reino de la incomunicación solo advertido por ella porque el marido lo estimaba el reino perfecto y era capaz de criticar a los otros por sus debilidades al dejar crecer las ambiciones aladas de las mujeres. Por suerte, no parió hijas y a escondidas, al darle el hombre el mando del hogar, goteó en los hijos el respeto a la mujer en cuerpo e inteligencia. .
A casa de uno de ellos se irá en fiesta privada por los cincuenta años de prisionera. Con el divorcio planteado en los papeles de un notario y la vigilancia de un abogado por si alguna querella se presentaba. Deseaba tal querella. Tenía tanta palabra silenciada que quería gritar a sus anchas.

Galería de Imágenes

Comentarios