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Entre libros anda el sueño

13 de febrero de 2016

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fondo21 (Small)El arquitecto de la comunidad solicitado lo explicó en palabras, las creía al nivel de dos ancianos provenientes del milenio anterior. Era un joven respetuoso de las canas en cráneo ajeno. La casa no se les estaba achicando. Medía exactamente lo estipulado en el Registro de la Propiedad. Y dando un masaje al tobillo chocado contra una caja de madera atravesada en la sala, se despidió. No se atrevió a preguntarles y se llevó la duda unida al dolor del tobillo. ¿Qué en común tendrían una maestra normalista y un maestro de obras, casados por la notaría y la iglesia durante cincuenta años? Ante sus ojos resaltaba una particularidad en aquella casa, ese reguero de libros y herramientas por doquier.
Por cortesía no contradijeron las palabras del profesional. La casa se encogía, regresaba a la semilla en busca de Carpentier o en el mejor de los casos, los encerraría en una habitación junto a Cortázar. Y un escozor les recorría la caja del cuerpo en que Onelio decía que el humano guardaba los sentimientos. Tal vez, podrían escapar con el piloto amigo del Principito o en el globo de Verne o mejor quizás, sería en su especial submarino.
Escapar es de cobardes, afirmó el maestro de obras empuñando la espada del Athos de Dumas, mientras la maestra normalista lloriqueaba como la Margarita del otro Dumas.
Un ladrido venido del patio los sacó de las cavilaciones. Aquel perro tataranieto de un callejero llamado basura les recordó un nombre.
“Este no es un problema de cemento ladrillo y arena”, dijo el maestro de obras. “Llamaremos a un detective”. La maestra normalista ofreció contratar a los héroes de la novela negra, a los ingleses de Conan y Agatha, desechados inmediatamente por la alta cotización de la libra.
“Seguiremos el consejo del tataranieto del perro Basura. Contrataremos por un litro de ron al detective Mario Conde”.
Y efectivamente, Mario encontró la solución. La casa no se encogía, la apretujaban. Después de cincuenta años de casados habían recogido y guardados tantos trastes al ser muy precavidos. Y como en tiempo de escaseces siempre un tornillo hace falta, ya era difícil deambular por el hogar esquivando desde la pata de una silla hasta el mueble vacío de un televisor. Sin costo adicional, al arquitecto también le respondió. Un maestro de obras y una maestra normalista resistieron y resisten juntos los vaivenes de la vida en Primer lugar porque se aman mas allá del Día del Amor. Y además, comparten la adicción sana los libros que los ayudan a saltar sobre los huecos de las calles y del alma.
Y Mario Conde se retiró después de acariciar al nuevo Basura y saber que lo trataban bien. No aceptó el pago de dos viejos jubilados.

 

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