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Madre Teresa, un reto a la conciencia de la humanidad

21 de diciembre de 2015

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No soy religioso, pero confieso que la decisión del Vaticano de hacer santa a la Madre Teresa en septiembre del próximo año es un justo reconocimiento a quien luchó toda su fecunda vida por los más pobres de los pobres.
Mi ya fallecida hermana, una consecuente católica y revolucionaria, decía lo mucho que significaba para ella la presencia de la religiosa en Cuba, junto a Fidel en 1985, y el reconocimiento del Comandante en Jefe a la labor de sus Misioneras de la Caridad en la Isla, unas verdaderas comunistas, diría, tal era el abnegado quehacer.
Un año antes había estado de tránsito en La Habana, donde muchos la recuerdan, entre ellos aquellos que caminan frecuentemente por la zona vieja de la ciudad. Su figura descansa desde 1999 en la parte posterior del Convento de San Francisco de Asís, porque una escultura de la religiosa recibe a todo el que visita el jardín que lleva su nombre desde entonces.
La estatua pertenece a la creación del artista José Villa Soberón, y es un reflejo de la intensa espiritualidad y la suprema humildad de aquella gran mujer, en un mundo martirizado por la pobreza, la guerra y el dolor de los que sufren y padecen, según las palabras inaugurales del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler.
Breves fueron sus visitas a Cuba, pero aquí dejó un rastro de admiración intensa, porque demostró que, si no es asistida por las obras verdaderas, la palabra es como una campana rajada, una expresión hueca y vacía.
En un elocuente documental sobre su vida, exhibido por la televisión cubana, la religiosa mostró como puede encararse con valentía los grandes males que afligen al mundo, sin caer en contradicciones y sin apasionamientos políticos, tratando de unir a todos.
Esta albanesa nacida en un territorio que pasó a la antigua Yugoslavia, entregó su vida al cristianismo a los 18 años; a los 38 dejó la orden de las Hermanas de Loreto, con el fin de dirigir un cuerpo caritativo para ayudar a los más pobres de los pobres, con asiento en Calcuta, India, donde compartió sin prejuicio con el resto de las religiones.
Así respetó al asesinado Mahatma Gandhi, patriarca de la no violencia que llevó a la independencia ante los colonialistas británicos, y fue consecuente con ideas como esta, que no se deben olvidar:
“Cuando tomáis una decisión, tened ante los ojos la imagen del hombre más pobre que nunca os hayáis encontrado, y preguntaos si le va a ayudar. Si la respuesta es sí, tomadla sin dudar”.
Infinita es su obra, cuajada de grandes instantes y peregrinar por todo el mundo, en el que sobresalió su visita a Estados Unidos, donde comprobó la necesidad de purificar la mentalidad de quienes hunden al mundo en el caos.
Allí quedó asombrada por el sufrimiento y abandono de gran parte de la población, principalmente en Nueva York, donde constató el alto número de pobres, no solo de menesterosos o los sin techo, sino de aquellos que transcurren su vida en el limbo del desinterés.
Así lo cuenta a las autoridades gubernamentales y universitarias norteamericanas, y llamó a los más ricos a que no abandonen a los más necesitados.
Ante nuestros ojos destaca su presencia en lugares peligrosos del planeta, desafiando estilos y modos autoritarios para socorrer a niños discapacitados abandonados en el Líbano, luego de ataques israelíes; y en el centro de Guatemala, a despecho de la represión de décadas que arrojó un saldo fatal de un cuarto de millón de víctimas.
Agnes Gonxha Bojaxhiu, nacida el 26 de agosto de 1910, falleció el 5 de septiembre de 1997 en Calcuta, India. Galardonada internacionalmente por una fecunda labor, premios que recibió “en nombre de Dios y los pobres”, dijo, será santificada, subrayo, el 5 de septiembre, del 2016, diecinueve años exactos después de haber fallecido en Calcuta. India, donde recibió el nombre de Madre Teresa.

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