ribbon

Dos historias zen

23 de octubre de 2015

|

 

caligrafiaBuscando las huellas del Budismo en Cuba, por encargo de una revista, me acerqué a una realidad de múltiples aristas. Filosofía, Metafísica, Oralidad y vida cotidiana se juntan en prácticas y palabras que vienen de más de veinticinco siglos, y donde se mezclan fuentes no siempre asiáticas. Una de estas dos historias la escuché a un príncipe yambasá, devenido cuentero en Europa, que afirma haberla aprendido de su padre, o de otros ancianos, durante una de las interminables reuniones tradicionales en ese pequeño reino de las montañas de Camerún. Poco importa de dónde vino, pues su sabiduría desborda todo límite. Desde ahora serán compartidas en Cuba y, de seguro ustedes y yo, en breve olvidaremos la fuente. Importa el agua y no la palabra “agua”, que no calma la sed.

 
1.
Un maestro de meditación regresa con un melón. Le entrega a su discípulo la fruta ya cortada y servida en un cuenco de madera.
– Dime, ¿sabroso, no?, ¿te parece muy bueno? Es un melón recién cortado.
– ¡Nunca probé algo de tan delicioso sabor! – contestó el joven y se pasa la lengua por los labios.
El maestro le retira con brusquedad la vasija y le vuelve a interrogar:
– ¿Quién tiene buen sabor, el melón o la lengua?
El discípulo piensa:
– De la interacción entre la lengua y el melón nace…
Con su bastón, el maestro, golpea la cabeza del discípulo.
– ¡Idiota! El melón está bueno y eso basta.

 
2.
La cabeza y la cola de la serpiente se la pasaban peleando. La cola decía:
– Nos es justo que yo vaya siempre detrás. Alguna vez tendremos que cambiar.
La cabeza no le hacía caso, así que la cola tomó la decisión de enroscarse en la rama más alta de un árbol. Estando ahí, se dijo:
– Al fin soy dueña del destino de la cabeza y de toda la serpiente. Es justo que nos alternemos a la hora de seleccionar la ruta.
Así estuvieron, balanceándose plácidamente, hasta que pasó una rana.
– ¿Podrías dejar que me comiera esa suculenta y verdísima rana? Si no te sueltas no podré avanzar. Se nos escapará la comida. – dijo humilde la cabeza.
Discutieron, pero al final se pusieron de acuerdo. Cuando se trata de comer, cualquiera pacta.
– Quiero ir delante. Lo exijo – dijo muy horonda la cola.
Por lo que la cabeza, que estaba hambrienta y aburrida de balancearse en un árbol, le permitió a la cola ir delante en la cacería. La rana, de un salto, cruzó un agujero profundo; pero como la cola no tiene ojos para ver, al intentar seguirla, cayó, arrastrando hacia el abismo a la totalidad del animal.
La cola y la cabeza de la serpiente murieron juntas en el fondo por no estar adecuardo.

Galería de Imágenes

Comentarios