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De genocidio, a propósito de “El Padre”

10 de agosto de 2015

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Por estos días en que la humanidad sedienta de paz recuerda los crímenes norteamericanos contra las indefensas ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, que no ha dejado de producir víctimas desde 1945, la imagen de genocidio persiste invariablemente día a día, sin un minuto de descanso, conmoviendo particularmente a este escritor con la puesta por la televisión cubana del filme “El Padre”.
Más que la búsqueda de sus hijas sobrevivientes por un padre que se desenvuelve en un ambiente hostil y salvado milagrosamente por los restos que aun quedaban de la solidaridad humana, se recuerda un episodio muy pocas veces difundido y llevado al celuloide: el exterminio de la mayoría de la población armenia por los ocupantes turcos.
Nada nuevo sobre la Tierra, cuando se trata de los imperios que con o sin pretexto utilizan la fuerza para someter a otros pueblos y exterminarlos por diferencias de raza o religión, con el verdadero interés de apoderarse de tierras y riquezas.
La utilización por Estados Unidos de las únicas bombas atómicas hasta hora utilizada contra los pueblos en Hiroshima y Nagasaki, cuando Japón ya estaba vencido, destaca entre los crímenes horrendos que llevan el sello de genocidio, pero meses antes, el 11 de marzo, ya había ensayado por primera vez el lanzamiento de napalm contra Tokio, la capital, construida en gran parte con viviendas plásticas, donde perecieron quemadas más de 130 000 personas, casi todas mujeres, niños y ancianos.
Si nos remitiéramos a la historia de antes, sería el de nunca acabar con la descripción de los crímenes imperiales, directos o inducidos por el invasor; pero la reciente no deja de ser lamentablemente abundante, con ribetes que aun se mantienen y amenazan con aumentar.

 

EL CRIMEN DEL SILENCIO

 

Como más del 90% de la información internacional es manejada por los medios imperiales, la mayor parte del mundo no conoce la verdad del sistemático genocidio que se ha efectuado contra los “pueblos rebeldes”.
La más elemental sensatez hace pensar que el crimen de hace 70 años debió ser una lección bien aprovechada, así como que, luego de comprobarse su descomunal capacidad destructiva, las armas nucleares debieron ser abolidas para siempre. Pero no ocurrió inmediatamente después del genocidio, ni ha ocurrido hasta hoy.
La proliferación de las armas nucleares es tal, que en estos momentos alcanzan un número y potencia capaces de destruir varias veces al planeta y a sus más de 6 000 millones de habitantes.
Mientras cientos de millones de personas, sobre todo en el mundo subdesarrollado, han muerto bajo las bombas atómicas del hambre, la miseria y las enfermedades, el arsenal nuclear se moderniza y se hace más eficiente, a la par con el desarrollo científico y tecnológico
Estados Unidos es el mayor poseedor de ese arsenal, tiene las armas nucleares más desarrolladas, su gobierno es el más remiso a renunciar para siempre a su uso y su ejército es el que posee las más peligrosas posibilidades de usarla, teniendo en cuenta su aventurerismo militar, sus invasiones a Corea, Vietnam, Iraq y Afganistán y su activo papel en hacer cómplices a sus aliados en las agresiones a Libia, Siria, Palestina, Yemen y el este de Ucrania.
Cada una de estas agresiones, del genocidio que se aplica contra sus pueblos, es algo corriente y a excepción de la guerra perdida en Vietnam, es poco conocido y tergiversado para las sociedades de consumo.
Por eso, aunque con espacio muy limitado, hay que agradecer de corazón, cuando se tiene la oportunidad de presenciar una película como “El Padre”.

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