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De repente, otro verano

11 de julio de 2015

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malecon-habanaEntre las indeseables consecuencias del cambio climático y las posibles provocadas por el nieto finalista en los exámenes, junio semejó un mes laberíntico en que la toma de agua fría y las noches de horas de estudio del menor, emparentadas con la cara hosca del padre y la misericordiosa materna, colocaban la otra temida visita de un huracán, en mal indeciso y menor, no así la crisis familiar si el haragán desaprobaba alguna asignatura.
Respiraron todos y en particular, ella. El pase al último año del bachillerato significaba una tregua. Los sentidos de la anciana clamaban por la tranquilidad dada por la esperanza, y los numerosos consejos derramados por la red y multiplicados por quienes desgastan el tiempo en el trabajo y lo reproducen y circulan entre familiares y amigos, le llegaban. En la puerta de su candidez tocaban presuntuosos impostores, en nombre de creencias falsificadas por el mercantilismo, o profesionales legítimos idos con la última publicada en sitios famosos que también fallan por el ansia de ser los primeros. En palabras robadas al rango académico o tomadas del idioma callejero, profetizaban la sacudida de preocupaciones a medio y largo alcance. Una solución ideal, decían, en las manos de todos porque aseguraban que, ella y todos los integrantes del orbe de manera libre e individual, eran los únicos dueños de su felicidad.
¡A vivir el hoy! Lo decidió ese día de julio frente al espejo del botiquín del baño, negándole al olfato que lo olido nacía de la atávica costumbre masculina de hacer aguas en el borde de la taza. Entrada en la cocina, se repitió mentalmente que la acción de lavar los vasos, platos y envases dejados por la nieta y el novio la ayudarían a fortalecer las manos bajo el agua fría y dar las gracias al cosmos por el regreso de ellos en esqueleto completo del paseo nocturnal en la frágil moto eléctrica. Nuevamente despreció su olfato y sus papilas del gusto, insinuantes de que lo bebido aunque caliente, no era esa bebida llamada café. En otra letanía mental se aseguró que con esas pocas cucharadas de leche en polvo, obtendría la leche del desayuno de todos y si los otros dudaban de la mezcla exitosa, era porque desconocían el control de la felicidad.
El reloj, no liberado del deber del tic tac, le anunció que ni los timbiriches estarían abiertos a la hora indicada para la apertura porque el calor excesivo, las madrugadas pegadas a la pantalla del let o la computadora, propiciaban despertares tardíos. La anciana le trasladó a cierta rebeldía de su psiquis antigua que todos tenían derecho a la felicidad sea cual fuera la manifestación preferida.
Se conformó con abrir la puerta de la calle y, en alta voz, darle la bienvenida al día feliz de este julio irrepetible.
Unos adolescentes avituallados para una aventura playera precedida por el ejercicio del viaje en autobús, comentaron que la cara risueña de aquella anciana, denotaba la entrada en la demencia senil.

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