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Perenne tragedia

12 de junio de 2015

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La acción imperialista de Estados Unidos ha seguido sumando directa e indirectamente al sufrido Iraq en la más profunda desgracia, con más de ocho millones de personas necesitadas en estos momentos de urgente ayuda humanitaria.
Ayuda que antes de la invasión estadounidense del 2003 no tenía razón de ser en una nación que, con virtudes y defecto, se mantenía unida, pese a las diferencias entre comunidades; ostentaba un alto grado de alfabetización, se registraban mejorías en la salud pública y aumentaba una extracción petrolera que siempre ha estado en el colimador imperial.
Las consecuencias de la invasión a Iraq, por donde han pasado millones de soldados norteamericanos, conllevaron a la creación de Al Qaeda y a enconados encuentros intercomunitarios que, alentados por Occidente, elevaron el terrorismo a su más alto nivel.
En este contexto, alentó a una administración chiita a despojar de sus derechos hasta la entonces gobernante sunnita, creando todas las condiciones para la creación de lo que se conoce hoy como el Estado islámico, con la complicidad de agencias de inteligencia como el Mossad israelí, y que hoy ocupa un extenso territorio en el propio Iraq y la vecina Siria, con el fin de fragmentar al primero y contribuir a la componenda reaccionaria para defenestrar al gobierno del segundo.
En Iraq quedó la enfermedad de la guerra civil, con un ejército esculpido por el Pentágono que apenas puede enfrentar la amenaza del Estado Islámico, presuntamente atacado por una coalición dirigida por Estados Unidos, que nunca se sabe qué éxitos ostenta y sí de bombardeos causantes de los “daños colaterales” a civiles.
Mencionar la gama de abusos del ocupante estadounidense, porque su presencia continúa y ahora vuelve a aumentar, es algo que se sale de lo normal, por lo extenso y grave.
Y es porque, además de la mencionada guerra civil, con el incremento de ataques suicidas, no se ha podido olvidar el deleznable sello de las torturas en la prisión de Abu Ghraib.
No solo EE.UU. convirtió a Ira en un país sectario, sino que su desastrosa política infectó a Jordania con Al Qaeda, enfermedad que llegó al Líbano y se vuelve a enseñorear en Afganistán.
Porque el combatiente que se autoinmola, convierte a los soldados de ocupación en hombres que se esconden, como lo atestiguaron militares norteamericanos que regresaron perturbados de Iraq y Afganistán.
De cualquier modo, la retirada anunciada y emprendida por el presidente Barack Obama dejó a decenas de miles de norteamericanos, en su mayoría mercenarios, cuidando militarmente intereses de las corporaciones occidentales.
Murieron al menos más de un millón de iraquíes, cuatro millones dicen algunos, tanto como en cada una de las fracasadas agresiones a Corea y Vietnam.
EE.UU. dejó una nación en perenne agonía, toda una tragedia que aun no se ve el fin, que hoy, como informamos antes, tiene a ocho millones de personas en peligro de morir de hambre.
Tan es así, que Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud, advirtió que “la cantidad de personas que necesitan ayuda de emergencia en Iraq aumentó en un 400% en menos de un año.
La ayuda de la Unión Europea para “la estabilización de Iraq y Siria” y la lucha contra el Estado Islámico no solo no ayuda realmente a la población, sino que no ha podido impedir que la cifra de desplazados iraquíes rebase la cifra de tres millones.
En tanto, la intervención militar norteamericana, con asesores y aviación, no logra detener al Estadio Islámico, que solo enfrenta la consecuente resistencia del Ejército sirio y la milicia libanesa Hizbollah.

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