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Sobre un notable bólido observado en La Habana en mayo de 1886

30 de enero de 2015

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La caída de meteoros de gran tamaño constituye siempre un evento impresionante. En las crónicas procedentes de todas las épocas y regiones del mundo siempre aparecen referencias a estos acontecimientos de apariencia formidable.
Uno de esos singulares episodios tuvo lugar en La Habana a finales del siglo XIX, exactamente en 1886, provocando la admiración en unos, el asombro en otros y el terror en muchos.  Ahora lo rescatamos del olvido secular, incorporándolo a nuestras compilaciones sobre la historia de la ciencia.
Según se relata en todas las reseñas, autentificadas por un nutrido número de testigos, los fenómenos ópticos y sonoros observados se corresponden con la caída de un bólido de tipo esporádico, probablemente de gran tamaño.
En nuestra opinión, el meteoro entró en la atmósfera terrestre por un punto situado sobre el Golfo de México, casi al N de La Habana, desarrollando una parte de su trayectoria sobre el área de la bahía. Por las características ópticas que le fueron señaladas, creemos muy posible que haya llegado a alcanzar un brillo extraordinario.  Es probable que su trayectoria haya finalizado en un punto situado sobre la zona rural de Guanabacoa.
La observación de todas las fases del fenómeno fue realizada en circunstancias ventajosas, pues el sol se había puesto a las 7:02 p. m., es decir, media hora antes de la aparición del meteoro.  Avanzado ya el ocaso, el cielo se hallaba suficientemente oscuro y despejado.
El hecho en cuestión ocurrió el lunes 10 de mayo de 1886, al tiempo que la noche se aproximaba.  Alrededor de las 7:30 p. m., un innumerable grupo de habaneros observó con estupor un cuerpo luminoso moviéndose con lentitud en el cielo, procedente del norte.
Primero, el objeto parecía fijo; después su velocidad comenzó a incrementarse, mientras aumentaban su diámetro aparente y su aspecto fulgurante, que llegó a ser poco menor que el de la luna llena.  Cuando ya había alcanzado estas proporciones, el meteoro casi se detuvo en el aire y se desintegró en multitud de fragmentos.
En ese momento muchos creían llegado el fin del fenómeno, y sólo observaban la estela dejada por “la exhalación”; entonces sobrevino lo más impresionante:  una sucesión de intensas detonaciones, cuyo retumbo duró casi un minuto hasta cesar.
En realidad, las sucesivas detonaciones fueron causadas por la llegada del tren de ondas de choque generadas mientras el meteoro se movía por la atmósfera a velocidad supersónica, y no porque se hubiese producido estallido alguno del cuerpo cósmico.
Debemos señalar que a finales del siglo XIX la dinámica de las ondas de choque no era un fenómeno físico bien caracterizado.  Este vino a ser explicado a plenitud como un hecho debido a causas aerodinámicas a partir de los experimentos y estudios balísticos realizados después de haber concluido la Primera Guerra Mundial (1919).  Hasta ese momento, prácticamente todos los astrónomos opinaban que los bólidos “explotaban” en el aire.
Al escuchar la múltiple concatenación de estampidos, muchas personas salieron a la calle, con el objeto de averiguar qué sucedía.  Otras, asomadas a ventanas y balcones, miraban al cielo, comentando a viva voz el insólito suceso.
Un hecho digno de mención en este caso fue la persistencia de la estela dejada por el bólido.  Es posible que los últimos rayos solares, que aún debían iluminar la troposfera superior, contribuyeran a prolongar la observación de los restos del material meteórico suspendido en la atmósfera.
La conmoción general causada por un evento tan súbito y extraordinario obligó a los más importantes diarios de la Capital a publicar distintas notas de prensa durante los dos días siguientes, con el objeto de calmar a los más sobresaltados y ofrecer una explicación a los curiosos.
A no dudarlo, muchos habaneros creyeron que había llegado el fin del mundo.  Tal fue la magnitud del notable meteoro observado desde nuestra Capital al anochecer del lunes 10 de mayo de 1886.

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