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Polarización racista en Estados Unidos

17 de diciembre de 2014

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Repetidos acontecimientos de excesiva violencia policial norteamericana contra ciudadanos de la raza negra, principalmente adolescentes y jóvenes, y la impunidad judicial respecto a esto, a pesar de comprobadas pruebas que los hace injustificables, dan la razón a la ola de disturbios que desató recientes hechos en numerosas partes de Estados Unidos, y evoca las violentas protestas raciales de los años sesenta y noventa, que ponen en evidencia que ese problema está lejos de haber sido superado.
Y es que no son hechos esporádicos, sino numerosos, y que muchos se han mantenido sin conocerse mediante el silencio al respecto por la prensa controlada mayormente por una ultraderecha que sigue los dictados del establishment.
Tales hechos han sido reconocidos por el actual presidente norteamericano, Barack Obama, el primer negro que asumió tal cargo en una nación tan poderosa y desarrollada como injusta, y cuya vida ha estado en peligro por constantes conspiraciones en su contra.
Y es que desde asumió en el 2008, el racismo ha aumentado en cerca del ¡800%!, si se tiene en cuenta, que en el “democrático” país donde todo lo malo se permite, los denominados “grupos de odio” pasaron de 149 en 2008 a 1 274 en 2011, y ahora se estima en más de 1 500.
Estos datos, que provienen del Southern Poverty Law Center, institución dedicada al seguimiento de los grupos extremistas en el país, revelan el incremento de los movimientos que proclaman la supremacía de los blancos tras la llegada a la Casa Blanca del primer presidente afroamericano de Estados Unidos.
“Desde el principio se comparó a Obama con Hítler o Stalin, se elaboró un discurso en el que el Presidente era una persona ajena a Estados Unidos, no se le trató como a un estadounidense y se le dibujó como una amenaza”, explicó Peter Kuznick, profesor de historia de la American University de Washington.
Los orígenes del actual presidente han incrementado indudablemente el afloramiento de este tipo de agrupaciones, que en su mayoría tienen un carácter violento y además suelen respaldar con vehemencia la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, que reconoce el derecho a portar armas.
Lo más grave es que esos grupos han encontrado un cauce oficial con el surgimiento del Tea Party, ala ultraderechista del opositor Partido Republicano, que hoy controla totalmente el Congreso.
Es decir, a la polarización racial, se puede añadir una ideológica.
“La confianza es muy importante, pero también es frágil. Requiere que la fuerza sea usada de manera adecuada. Las fuerzas del orden deben reflejar la diversidad de las comunidades a las que sirven”, señaló el fiscal general, Eric Holder.
Holder, el primer afroamericano al frente de la Justicia en EE.UU., tuvo un papel clave en la pacificación de las protestas de agosto y no ha dudado en pronunciarse con contundencia sobre las tensiones raciales en el país, a pesar del temor en la Casa Blanca a que cualquier declaración vehemente desde el gabinete del primer presidente negro pueda ahondar la polarización de la nación.
Por ello Obama diagnosticó cauteloso que “en demasiados lugares de este país existe una profunda desconfianza entre las fuerzas de seguridad y las comunidades de color; parte de esto es el resultado de una historia de discriminación racial, y es trágico porque nadie necesita más la protección policial que las comunidades pobres con altos índices de criminalidad”.
Pero Barack Obama ha cedido repetidamente al chantaje de los republicanos en este contexto del racismo que no perdona que sea afrodescendiente. Los republicanos son racistas y la mentalidad WASP (White Anglo Saxon Protestant) que es la que controla y defiende el establishment norteamericano, no ha asimilado el hecho de que un negro dirija los destinos de esa nación.
Es decir, aunque se disfrace, se mantiene el espíritu de segregación racial practicada oficialmente hasta mediados del siglo XX, que solo retrocedió levemente como resultado de la lucha por el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, dirigido por Martin Luther King, luego asesinado, y del apoyo del presidente John F. Kennedy, también muerto a balazos.
Ellos hicieron posible la firma en 1964 de la Ley de Derechos Civiles, en la que se prohíbe la aplicación desigual de los requisitos de registro de votantes y la segregación racial en las escuelas, en el lugar de trabajo e instalaciones que sirvan al público en general (“lugares públicos”); y en 1965, la Ley de derecho de voto.
Pero los acontecimientos posteriores hasta nuestros días convierten en papel mojado tales indudables adelantos en la lucha contra la discriminación en la polarizada nación.

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