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Loipa Araújo (I)

16 de septiembre de 2014

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Loipa (Custom)

Loipa Araújo, exprimera bailarina del Ballet Nacional de Cuba y maître de prestigio internacional, nos concedió una extensa entrevista para un programa radial el 8 de septiembre del 2005, la cual, por la vigencia que mantiene en todos sus aspectos, publicaremos fragmentadamente, a partir de hoy, en nuestra sección.
Desde hace unos años la Araújo funge en Londres como directora artística asociada del English National Ballet, dirigido por Tamara Rojo.

 

¿Qué recuerda usted acerca del despertar de su vocación por la danza?
Viendo alguna de mis aptitudes para la danza, cuando yo tenía unos siete años de edad mis padres me matricularon en la Escuela de Ballet de Pro-Arte Musical, donde existiera una efervescencia muy grande durante la etapa que Laura Rayneri presidió esa sociedad y su hijo Alberto Alonso dirigiera la Escuela de Ballet. Recuerdo funciones de fin de curso para las cuales él montó los ballets “El bello Danubio”, “El gallo de oro”, “Tres preludios” y “Las cuatro estaciones”, y también funciones en las que hicimos los bailables en distintas óperas. Pero más tarde, al Alberto concentrar su labor en espectáculos para teatros, la televisión y el cabaret Sans Souci, la Escuela se quedó un poco a la deriva y con ello declinó la calidad de los programas en que antes participábamos.
Por aquel entonces yo tenía catorce años y sentía la necesidad de seguir bailando. A raíz de ver en el Auditórium una función del Ballet de Cuba, con Alicia Alonso, comprendí que en la integración a una compañía profesional iba a estar mi destino. En 1955 dejé la Escuela de Pro-Arte y me inscribí en la Academia de Ballet de Alicia Alonso, en L y 11. Como ella y Fernando Alonso estaban en la búsqueda de talentos para su compañía, ese mismo año me incorporaron al cuerpo de baile, algo que resultó extraordinario para mí.
Mis padres me impusieron la condición de que no había problemas si mantenía los estudios regulares; les hice la promesa de que concluiría el bachillerato, lo cual fue un sacrificio. En la mañana iba para la sede de la Academia; empezábamos a las 9 y terminábamos a la 1 o 1: 30 de la tarde. De ahí corría para llegar al colegio Saint Georges, en Línea, entre 6 y 8, y luego retornaba a la sede de la Academia para los ensayos, que se iniciaban a las 6 y treinta de la tarde y finalizaban casi a las doce de la noche. Creo que son esas pruebas las que determinan si tu vocación es verdadera o simplemente te gusta jugar a hacer una cosa. Logré terminar el bachillerato y participé en todas las funciones que en esa etapa programó el Ballet de Cuba.

 

En aquellos años de estudios en la Escuela de Ballet de Pro-Arte Musical y en la Academia de Ballet Alicia Alonso, ¿quiénes considera usted que tuvieron una mayor influencia en su formación?
En la Escuela de Pro-Arte siempre nombro a Cuca, la hermana de Alicia, porque para mí es importantísimo en qué manos caes cuando por primera vez te paras en una barra en un salón de ballet. Ese maestro puede hacer que ames la danza o la odies. Por eso tengo un gran respeto hacia los maestros que se enfrentan al alumno en los primeros años; opino que se requiere de una “pasta” especial; no sólo se necesitan grandes conocimientos de cómo enseñar la técnica y grandes conocimientos de anatomía, sino también de mucha Psicología. Porque en la pedagogía de la danza, en las tempranas edades, hay que saber cómo inculcar la disciplina, cómo hacer que la rutina, o sea, la repetición de un paso día tras día, se convierta en algo interesante y nada aburrido. Por eso mis respetos para ese tipo de profesores, como lo fue Cuca. Ella me hizo amar enseguida lo que hacía, al extremo de que cuando no tenía clases de ballet me sentía triste porque no iba a ponerme el “tutusito” negro de tafetán con el cual estábamos obligadas a usar y mi madre conservó durante largos años. Ese tutú, el leotardcito, mis zapatillas, el estar bien peinada, el estar linda, se convertían en mi mayor inspiración diaria.
Durante la época de Pro-Arte asimismo tuve la suerte de trabajar con León Fokin, que me apadrinó de cierta manera. Me llamaba su “monita”, monkey Loipa, y me dio pequeños roles en “Cascanueces”, como el hada Garapiñada; me puso el caramelo en la punta de la boca, con roles que ya uno empezaba a soñar con interpretar alguna vez. Y, naturalmente, Alberto Alonso, quien me abrió la mente y el espíritu a la disposición y gusto que yo tenía por las obras contemporáneas.
Después, en la Academia de Ballet Alicia Alonso, vino el gran maestro: Fernando Alonso, a quien, a medida que pasa el tiempo y doy clases, agradezco infinitamente su modo de enseñarme, lo cual hizo totalmente inconsciente. En 1962, al tener que asumir esa responsabilidad, nos dimos cuenta, de repente, que él nos había preparado para enseñar, aunque hasta entonces pensábamos que solo éramos alumnas. Y, por supuesto, Alicia, que si bien no fue una profesora en canto a metodología de la clase, sí lo sería con su manera de hacer, con sus consejos… El hecho de tenerla delante, ver cómo realizaba los pasos, ver su vocación, su dedicación por la danza, eso resultó muy importante y tuvimos la suerte de tenerla cerca en el proceso de aprendizaje. Teníamos una combinación maravillosa: Fernando nos explicaba el cómo, la teoría, pero teníamos delante de nuestros ojos la práctica; lo que no podíamos entender, asimilar, enseguida se nos hacía claro viendo como Alicia lo ejecutaba.
No puedo dejar de mencionar también a José Parés, otro maestro que se dedicó a nosotras una vez comenzado el crecimiento del Ballet Nacional de Cuba y Fernando, además de la dirección de la compañía, se viera responsabilizado con la dirección de la Escuela Nacional de Ballet, lo cual imposibilitó que recibiéramos su atención con la asiduidad anterior a 1959. Parés nos enseñó mucho no sólo desde los puntos de vista técnico y artístico, sino hasta con su manera de dar clases, acompañadas a veces de frases irónicas, pero sin jamás herir. Y después los encuentros que tuve en el extranjero con grandes profesores que me permitieron adentrarme en las esencias de las escuelas rusa, francesa y danesa. Siempre me interesó experimentar en cuerpo propio las características de cada una de esas escuelas. Y el hecho de probar cada una de ellas me hizo revalorizar y darle mayor importancia a las características de la Escuela Cubana de Ballet.

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