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Apetencias neoliberales hambrean a África

15 de septiembre de 2014

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La peligrosa epidemia del ébola y las promesas norteamericanas de mejorar las condiciones de inversión y nexos económicos, en competencia con el mejor accionar de China, no pueden dejar de lado que todavía se suceden hambrunas en gran parte de África, lo cual no es noticia para la prensa occidental, generalmente  preocupada por lo banal y lo que pueda interesar a una elite cada vez más de espaldas a la realidad.
Para este prensa nada representa que mil refugiados sursudaneses, en su mayoría mujeres, niños y niñas, llegan cada día a los distritos de Arua y Adjumani, en el norte de Uganda, ya de por sí en crisis, debido a la grave escasez de agua potable y la falta de instalaciones sanitarias y de saneamiento, toda una amenaza para la salud de las comunidades refugiadas y las de acogida.
Huyen de la inestabilidad bélica desatada por agentes imperialistas que explotaron las contradicciones étnicas para dividir a Sudán y apoderarse de los cuantiosos yacimientos petrolíferos en el sur.
Y es que aún siguen predominando los vientos neoliberales que el capitalismo salvaje hace predominar en África. Ello refuerza la tragedia del subdesarrollo y la pobreza en ese continente, que tiene sus raíces históricas en el neocolonialismo y la esclavización de millones de sus hijos.
No es suficiente la fórmula china de profundizar y diversificar nexos antiguos que ahora rompen esquemas. Esto, que es lo que África necesita, no puede, sin coherencia y voluntad política de los propios gobiernos africanos, romper con los vínculos que rigen con las naciones occidentales.
Recientemente escribimos sobre la Ley estadounidense de Oportunidades y Crecimiento para África, en la que las presiones políticas abren aún más el camino a las transnacionales, cuestión que tiene su antecedente en el Acuerdo de Cotonou, firmado en el 2000 entre la Unión Europea y 78 estados de África, el Caribe y el Pacífico.
Aunque se menciona la necesidad de una real lucha contra la pobreza,  el convenio reafirmó el escenario perjudicial para el continente, con el petróleo y los diamantes como rubros de comercialización..
Tan es así que allí son normales que la tasa de mortalidad infantil de menores de cinco años por mil nacidos vivos supere el centenar, y la esperanza de vida no llegue a los 50, 30 menos que en las naciones ricas.
Lo lamentable es que estos temas figuran repetidamente en la agenda de organizaciones internacionales de todo tipo, en las que son denunciados la insensibilidad y el egoísmo de los explotadores de siempre.
Estos depredadores no ven con buenos ojos que África, que con sus 53 naciones está integrada al Movimiento de los Países No Alineados, sea promotora de los cambios que deben introducirse en el sistema de la ONU, para que ese organismo represente por igual los intereses de todos y deje de ser un instrumento al servicio de Occidente, especialmente de Estados Unidos. Una de sus principales demandas consiste en ocupar dos asientos permanentes en el Consejo de  Seguridad.
Otra prioridad es alcanzar el desarrollo socioeconómico. Con cooperación, capital y mercado pudiera explotar para sí su abundante variedad de minerales, petróleo y gas, enormes tierras cultivables y recursos hídricos capaces de producir energía barata para el desarrollo.
Pero el llamado continente negro, como señalamos al principio, depende de los ingresos externos de sus producciones agrícolas y recursos minerales, y en ese sentido choca con los intereses egoístas de las naciones ricas, que subvencionan ampliamente a sus agricultores y explotan indiscriminadamente el subsuelo africano.
Cierto que en los últimos tiempos algunas naciones “perdonan” la deuda externa de varios países del continente, pero la explotación es tal que en poco tiempo vuelve a constituir un grave problema.
A ello se suman las sequías y las plagas en un continente donde Europa desprecia a sus inmigrantes e ignora y boicotea, junto a EE..UU.,  cualquier plan de acción que intente revertir tal situación.
Todo, como señalamos en alguna ocasión, es consecuencia de un mismo problema: la desatención, el abandono y la explotación, como resultado de las apetencias de naciones capitalistas desarrolladas, que les importa un bledo que millones de sursudaneses, somalíes y senegaleses estén ahora al borde de la inanición.
Las apetencias neoliberales agravan las situaciones de hambruna, porque llevan a la desidia ante los verdaderos problemas del continente, consecuencias del atenazamiento de entes monopólicos que no quieren perder sus privilegios.

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