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Entre libros y costillas de cerdo

6 de septiembre de 2014

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librosPrimero, por las órdenes obligadas del cuerpo humano para conservar la existencia, ante la necesidad de alimentación desahuciaron del derecho a la vivienda a los libros heredados de los antepasados. Entregar los libros al mercader de libros viejos era un acción comparable con la entrega de un recién nacido no deseado a una alma caritativa. Alguien los acogería o si no, crecerían bajo el amparo estatal. Un título de alcurnia literaria encontraría un buen comprador y continuaría la función de enriquecer los conocimientos y el espíritu. O solo por la carátula en su aire de antigüedad, conseguiría un lector curioso o un simple ostentador de cultura. Al anciano solo le dolió despedirse de aquella “Vida de santos” que sobre el lomo de piel llevaba las huellas de la abuela querida. Ella lloró el adiós a “Las tardes de la granja” y “Las veladas de la Quinta”, lecturas obligadas de las adolescentes del siglo XIX y que ella debió cumplir la tradición en el siglo XX, aunque escondido debajo del colchón, guardara “La piel” de Malaparte.
En relación directa con la subida de los precios en los mercados agropecuarios, marcharon los impresos en el siglo XX. “Paradiso”, “Cien años de soledad”, “La ciudad y los perros”, “Tres tristes tigres” se vieron un día unidos en la misma jaba, dada su altura literaria. Y así, reunidos por el amargo sino de dos ancianos solitarios, se vieron envueltos en una discusión sujeta a la oferta y la demanda tal si fueran patas o costillares de cerdo. El matrimonio en evitación del daño mutuo, no confesaban ciertos pensamientos tenebrosos. Más de una vez mientras ingerían un plato de frijoles negros dormidos, creían devorar a a alguno de los personajes de los libros vendidos junto a sus propios autores.
Otras causas programaron la nueva visita al mercader de libros viejos. De lactante se pasa a escolar y se cambia de categoría; de anciano debutante y saludable se transita a anciano en programada disminución física, quieran o no los numerosos tratados esperanzadores. Y quien vive en una casa de construcción antigua y los brazos duelen al alzar la escoba para sacudir las telarañas, cuidar el jardín pasó de entretenimiento verde a dolorosa respuesta de la cintura y barrerla significa ahogos respiratorios antes de llegar al último dormitorio, si son personas inteligentes; deciden venderla y pasar a un pequeño lugar cercano a la policlínica.
Al apartamento arribó solo una selección de libros y un estante. Cada uno había escogido los preferidos  Y los colocó ordenadamente después de un vistazo cariñoso. “La cabaña del Tío Tom”, “Las fábulas de Esopo”, “Platero y yo”, “Los tres mosqueteros”, “La isla misteriosa” y otros, evocaban las lecturas queridas de la niñez y del inicio de una adolescencia ingenua.  Ella, con “La Edad de Oro” de Martí abrazada al pecho y el “Corazón” de Amicis contra su corazón, juró que aquellos libros, los fundadores de hombres y mujeres buenos, jamás saldrían por la puerta.

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