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Tres mochilas para un bisnieto

30 de agosto de 2014

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utiles2Después de los ochenta años, los días no se cuentan en horas pues el tiempo perdió las exigencias o si las tiene, entran en el limbo de lo incumplible. Los relojes no marcan minutos ni segundos. Marcan la toma de tabletas, la escucha de las radionovelas, la búsqueda de aire fresco a la caída de la tarde, la duración de los dolores artríticos, la entrada y salida de los habitantes de la casa, la llamada de la hija para los alimentos, para el baño. También, hay días que hasta los mínimos actos se confunden y no se sabe si se tomaron los medicamentos o el jugo aunque jamás los dolores se diluyen en la memoria. Son la prueba de que todavía se respira.
Al abrir los ojos esta mañana, el gesto de incorporarse le aseguró que estaba viva y adolorida. De forma artesanal le habían montado una especie de silla-orinal en el reducido dormitorio. El olfato funcionaba ante las señales fuertes y le anunció del contenido. Hacía poco, trató de trasladarlo al baño y las manos no respondieron al intento. Si bien no recordaba aquellas palabras de la nieta, todavía mirar el orinal, la asustaba.
Se presentaba un día especial, anunciador de la felicidad. Encontró todo lo buscado para el aseo y así marchó al baño. Nadie tocó la puerta, exigiendo la salida. Gozó la independencia de ese aseo en solitario y triunfadora, al avisarle el susto estomacal de cierto vacío alimentario, se encaminó a la cocina a ver si alguien le servía el desayuno.
En el camino, pasó por una habitación abierta. Miró. Las reconoció en el instante. Eran la hija y la nieta. Se atrevió a entrar. La hija la observó y la felicitó por lo linda que estaba. La anciana sonrió. Su oído no captó la observación de la nieta: “Hoy no tiene al alemán de visita”.
Las dos mujeres hablaban de un niño que empezaba la escuela y observaban la cama. La anciana identificaba esa cama  por esa sobrecama en que un payaso incrustado jugaba con una pelota. Apretó los ojos. Ni payaso ni pelota se veían, tapados por las cosas que cubrían el mueble. A la par de la infancia, después de los ochenta años, la curiosidad impone atrevimientos. Y quiso saber qué eran esas cosas, tantas, que tapaban la sobrecama. Había tres cosas de esas que los niños usan en lugar de aquellas maletas para los libros de la escuela. Y “burujón puñao” de lápices que no eran de la marca Mirado, cajas y cajas de colores y una cosa rectangular como una pizarra que no era pizarra y un juguetito de esos que avisan con un cantico. Y sacapuntas y gomas de borrar y…
Ella recordaba que tenía un bisnieto chiquito, un solo bisnieto. Pero en la cama había cosas para tres o cuatro niños. Y le penetró la duda. ¿Tenía un solo bisnieto o tres o cuatro bisnietos? El día de comienzo feliz se le reviró. El innombrable alemán la visitaba porque tantas cosas no podían ser para un solo niño que empezaba la escuela.

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