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Nietos en vacaciones

28 de junio de 2014

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abuelos-y-nietos1La aceptación no es aceptada de un tirón. Sabe a aquellos purgantes que una vez al mes y en fecha obligatoria, repartía la abuela en ley aprobada en la carta magna de la tradición. La llegada a la casona de los nietos en forma escalonada al terminar los exámenes, concertó esa inevitable aceptación. Ya los hombros resultaban débiles para la carga de los años. Y junto a los hombros, estaban los brazos, las piernas, las caderas y cuanto órgano componía los cuerpos de la pareja de ancianos. Era inevitable, responsabilizarse con los criados en la casa mientras los padres no gozaran de las vacaciones. Además, en los últimos tiempos los avecindados junto a ellos, incorporaban actitudes cooperadoras en la diaria marcha hogareña. Bajo las mismas circunstancias de los meses de julio y agosto, estaban los otros hijos y sin siquiera preguntarles, enviaban a los retoños a vacacionar con ellos. Venían con dinero en mano y víveres en bolsos, pero traían sus propios ritmos de vida. Si antes eran aceptables, la operación de recoger juguetes y cuidarse de un patinazo involuntario, lavar y tender a diario y cocinar para diversos gustos, adquiría un peso colindante con lo irresistible.
Que ellos recordaran, no existía un contrato legal que los obligara y el otro, el del enlace filial, tenía validez en ambos sentidos. O sea, si existía la obligación moral de que los abuelos cuidaran a los nietos, también existía, la del cuidado de los hijos y nietos hacia los abuelos cuando estos, contra su voluntad, criaran impedimentos físicos.
Así discurría la pareja mientras en la licuadora se deshacía la pulpa de los mangos y en la mesa, los panes con queso fundido trataban de cortarse lo más justo posible en evitación de protestas en los futuros consumidores. Esos consumidores repartidos entre la casa y el patio y que se hacían sentir por los gritos y exclamaciones diversas. Iban desde la crítica a una jugada de fútbol visionada en el televisor, la discusión en el turno de la consola de juegos traída por uno de los primos, la competencia de campo y pista celebrada por los mas pequeños al aire libre.
Las quejas de la anciana subían de tono. Acusaba a hijos, hijas, nueras y yernos de insensibilidad, de ceguera mentirosa al no notar que ellos ya no eran los mismos. Y les adjudicó un vocablo demoledor: eran unos egoístas.
El hombre, notando que estaba a punto de llorar, le propuso una arista que la paralizó. Ellos también tenían parte de la culpa. Faltó la advertencia sincera a tiempo. Prevenirlos para que buscaran otra solución. Esperar a que ellos la tomaran era una ilusión. Un adulto joven sano desconoce que un anciano se acuesta libre de molestias y puede amanecer con un malestar estomacal o un dolor en la cintura.
Ella admitió el error que pagarían caro. El mes de julio se les haría largo  y terminarían extenuados. El anciano trató de apaciguarla con una deducción que la hizo sonreír. “Por lo menos, nos llegaron los nietos cuando todavía teníamos los ánimos dispuestos. Y pudimos disfrutarlos y ayudar a nuestros hijos. Con la moda femenina de retardar cada vez más el nacimiento de los niños, las futuras mamás comprarán a la vez, los pañales desechables para los bebés y para los abuelos con demencia senil”.

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