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Desastre sin pronta solución

24 de junio de 2014

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Estados Unidos está abocado a un dilema que puede echar por tierra su propósito de controlar las riquezas energéticas mediorientales, luego que Iraq se haya vuelto aun más ingobernable después del retiro oficial de sus tropas, una promesa del presidente Barack Obama cumplida a medias, porque muchos soldados protegen aun su “bunker” diplomático en Bagdad y miles de mercenarios estadounidenses custodian instalaciones de las transnacionales.
Esa anarquía terrorista que dejó como brasa ardiente al gobierno que toleró allí, debe enfrentarla ahora mediante un acuerdo de ayuda, por lo que maniobra lentamente para enviar y programar ataques “exactos” de su fuerza aérea, ante el amenazante avance del Estados Islámico de Iraq y Siria o del Levante (Medio Oriente), como también le llaman, y que tiene su origen en los designios de la Agencia de Inteligencia (CIA) para dividir a los pueblos,
Tal grupo controló el norte sirio, como parte del esfuerzo imperial por derrocar mediante el terrorismo al gobierno de Damasco, y luego invadió y ocupó extensas zonas de Iraq, donde amenaza a la capital, Bagdad,  en tanto mantiene el control de la frontera con Siria.
Lo que sucede ahora en Iraq es el resultado de la política de Estadios Unidos de tolerar una violencia religiosa que amenaza la integridad del país, ante la exacerbación de sentimientos de los musulmanes sunnitas contra la mayoría chiita y los kurdos, esto ultimo en una acción que hace sospechar de la complicidad turca.
La posible reaparición abierta y permitida de EE.UU. en Iraq habría que verla dentro de la admisión de que la situación es ingobernable a mediano plazo y resulta imposible apoderarse del petróleo de una nación desgarrada. Estados Unidos ha creado un desastre que no logra resolver.
La política de gobernar oponiendo grupos religiosos se instrumenta a través de los sectores sunitas financiados por Arabia Saudita contra las fracciones chiítas, como un medio también de oponerse a Irán. No obstante, Obama, y el Complejo Militar Industrial que lo “asesora” han comprendido, después de provocarla, que esta reorganización confesional de Iraq es una apuesta riesgosa, ya que abre el camino para otras fracturas (dentro de los chiítas) y nuevas acciones autónomas de la minoría kurda, que se ha divorciado del resto del país.
Una partición definitiva en tres estados tornaría más difícil el manejo del petróleo- y no más fácil, como algunos analistas afirman-, y por eso puede ser que, con su intervención, Estados Unidos propicie algún tipo de federación bajo su arbitraje.
Ni este gobierno chiita, ni ningún otro anterior han podido funcionar en el caos creado por el laberíntico clientelismo de una guerra de confesiones. Las elecciones instalan funcionarios sin poder de administración, las coaliciones nacionales no se trasladan a las regiones del interior y en el país impera el desgobierno.
Por esto, el extremismo sunnita del Estado de Iraq y Siria ha podido avanzar sin grandes contratiempos, aupado por un moderno armamento y poder financiero, abonado en parte por el saqueo de los bancos que encuentra a su paso.
Así ha desgajado al ejército cipayo entrenado por los estadounidenses y ejecutado a miles de prisioneros, aunque ha tenido cuidado de no “molestar” mucho a las fuerzas norteamericanas dislocadas extraoficialmente allí, que no intervienen en nada contra los nuevos invasores.
NECESIDADES COYUNTURALES
La ocupación de Iraq fue precipitada en parte por necesidades coyunturales de reforzamiento de la primacía del dólar, ante la amenaza de Saddam Hussein de comercializar el petróleo en euros. La invasión buscó brindar confianza a los países que acumulan bonos de Tesoro y financian los déficit de Estados Unidos.
Todos los presidentes de la primera potencia han llevado a cabo alguna acción militar significativa, contra países que pueden ser derrotados con facilidad y en poco tiempo. De esta forma, el imperialismo hace valer su poderío a escala mundial.
El plan inicial de Bush contemplaba destruir el viejo régimen, disolver su ejército e instaurar uno títere, pero fracasó por completo. La invasión creó un polvorín y desembocó en un atolladero, que demostró la imposibilidad de reducir a Iraq a un status colonial.
Estados Unidos no está habituado a comandar este tipo de administraciones y la preexistencia de un aparato estatal moldeado en tradiciones nacionalistas, bloqueó cualquier posibilidad de protectorado colonial.
El caos que sucedió a la invasión confirmó la imposibilidad de gobernar el país, sin el concurso de milicias locales y alguna minoría étnica. La ocupación enfrentó una resistencia insurgente que utilizó gran armamento, demostró experiencia de lucha y exhibió voluntad de sacrificio.
El terror fue una respuesta insuficiente y Estados Unidos ha comenzado a repetir la política ensayada por los británicos a principio del siglo XX: propiciar guerras sectarias entre las distintas confesiones, para crear un ejército títere al cabo de un desangre colectivo.
Este ha sido derrotado en las primeras escaramuzas contra el grupo invasor, por lo cual el resultado final, aunque permanece abierto, avizora un desastre sin pronta solución.

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