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La Cinemateca de Cuba festeja el centenario de “La Doña” (II)

6 de junio de 2014

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maria-felix“Enamorada” proporcionó a María Félix uno de los seis premios Ariel conferidos a la cinta por la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas, distinción que recibiría de nuevo al año siguiente, en 1947 por su papel de la abnegada maestra rural en “Río Escondido”, otra vez moldeada por el Indio Fernández. Para él, “La Doña” era “una mujer de jade, la más preciosa de todas las piedras”. Al ser interrogado acerca de si era cierto que ella en el desayuno bebía un vaso de sangre caliente de toro, respondió luego de una carcajada:
“La gente no sabe cómo justificar el ímpetu y el dinamismo de María, por eso dicen que bebe sangre. A María, para ser lo que es, le basta desayunarse una uva. Siempre la vi comiendo fruta y ese hecho tan simple es todo un espectáculo. ¡Hay que verla pelar una naranja o rebanar una pitahaya! Mire, ¿sabe qué es lo que más me ha impresionado de María? Su forma de andar. Allá en Pátzcuaro, cuando filmábamos «Maclovia», yo me solía sentar al fondo del pasillo solo para verla caminar. Cuando las plantas de sus pies tocan suelo, se estremece la tierra, y quién sabe cómo le hace para que sus faldas hagan un rumor de caída de agua. La imagen más viva que tengo de ella es precisamente esa”. En otra ocasión un productor italiano le preguntó sobre su supuesta obsesión de modificar el carácter de María Félix, para quitarle lo bravo y transformarla en una mujer sumisa. La respuesta de él fue terminante y desdeñosa: “¡Lo más hermoso que tiene María es que estalla! Es idéntica a los juegos pirotécnicos de México. ¿Para qué querría yo una María de pólvora mojada?”.
Sus interpretaciones en los filmes del Indio otorgan a “La Doña” una reputación internacional y le posibilitan desplazar su carrera al extranjero. Interviene en España entre 1948 y 1950 en “Mare Nostrum”, sobre la novela homónima de Blasco Ibáñez, “Una mujer cualquiera”, con argumento de Miguel Mihura y “La noche del sábado”, adaptación del drama de Benavente, dirigidas todas por Rafael Gil quien se supeditó al lucimiento de aquella belleza importada. Los tres títulos intentaron otorgarle papeles a su medida. Fue una amnésica que encuentra con un testigo de su pasado, el recuerdo de lo que fue: asesina y ladrona, en “La corona negra” (1950), realizada por el argentino Luis Saslavsky según un interesante argumento de Jean Cocteau.
Hollywood intentó seducirla con incitantes contratos, pero ella se mantuvo intransigente en su negativa. Aludió que aceptaría solo con la condición de que su nombre y su talento brillaran con la misma fuerza que las estrellas más cotizadas del momento en Los Ángeles y que solo haría de india si eran guiones como el de su inolvidable “Maclovia” o aquel personaje que encarnó en “Río Escondido”.
Después de un paréntesis italiano, al que corresponden los títulos “Hechizo trágico” (1951), realizado por Mario Cecchi, y “Messalina” (1953), de Carmine Gallone, se traslada a Argentina, donde actúa en “La pasión desnuda” (1953), de Luis César Amadori. A esta intensa etapa de su carrera en el extranjero se añade su labor en Francia. Yves Ciampi la convirtió en la amante de un prófugo de la justicia en una república africana, que se enamora de un ex piloto de guerra (Yves Montand), implicado en el contrabando de diamantes en “Los héroes están cansados” (1955). Este es uno de los siete títulos que no ha podido ser localizado por la Cinemateca de Cuba para incluirlo en el ciclo abarcador de su casi íntegra filmografía a lo largo de los meses de junio y julio en la sala Charlot.
Es en esta década cuando María Félix tiene el privilegio de ser dirigida por dos grandes de la historia del cine: Jean Renoir y Luis Buñuel, no obstante constituir obras menores en sus respectivas trayectorias. Apareció junto a Jean Gabin en “French Can-Can” (1954), en el cual Renoir dibuja una pintoresca estampa de época. Como exótica bailarina de un cafetín tradicional, es la amante de un emprendedor farandulero de costumbres licenciosas, que decide poner de moda el Can Can que viera bailar a una muchacha en una fiesta de los suburbios parisinos, razón que le conduce a construir el célebre Moulin Rouge.
Buñuel la dirigió en la coproducción mexicano-francesa “Los ambiciosos” (“La fièvre monte à El Pao”, 1959), de la cual nunca conservó un buen recuerdo. El creador sintió haber conducido al notorio actor galo Gérard Philipe, quien falleció poco después del rodaje, en una de sus cintas más flojas. Es una suerte de fábula política sobre un idealista que pretende derrocar la dictadura de un país sudamericano y termina atrapado por el engranaje en el que se introdujo. María Félix es Inés, viuda del director del presidio, que se entrega al joven revolucionario que ama. Para afirmar el dominio de esta recia mujer, en la secuencia en la que Philipe debía declararse, a Buñuel se le ocurrió que ella rompiera un armario y le ordenara recoger los cristales; de este modo, el actor le confesaba sus sentimientos como lo haría un criado.
A casi veinte años de su debut, María Félix conservaba aún sitio cimero en el cine mexicano y en otras cinematografías de Iberoamérica y Europa. Al retornar a su país, encabeza el reparto de películas irrelevantes y de disímil factura, al lado de las más connotadas figuras. Tras una breve incursión en España para devenir un remedo femenino del mito concebido por Goethe en “Faustina” (1956), sátira de José Luis Sáenz de Heredia, anima ese año en México a una dama enamorada trágicamente de un indígena (Pedro Infante), en “Tizoc” (“Amor indio”), bajo la dirección de Roberto Gavaldón. Este cineasta que, como Emilio Fernández, es uno de los que más la dirigió, luego de “La diosa arrodillada” (1947), en “Camelia” (1953), libérrima transposición del clásico de Dumas, hijo, la transformó en una lacrimógena Margarita. La haría interpretar otro personaje delineado por Blasco Ibáñez en su grotesco y costoso melodramón “Flor de mayo” (1957), y también irradiar sensualidad en “Miércoles de ceniza” (1958).
La Félix encarnó a una luminaria cinematográfica en crisis en “La estrella vacía” (1958), de Emilio Gómez Muriel, una vedette de principios del siglo XX en “Café Colón” (1958), realizado por Benito Alazraki, y repitió su perenne caracterización de la “mujer hombruna” en “Juana Gallo” (1960), de Miguel Zacarías, en medio de una superproducción en colores que pretendía ser una epopeya de la revolución como antes lo fueran “La escondida” (1955), de Gavaldón, y “La cucaracha” (1958), de Ismael Rodríguez. En esta última película se concretó a ser fiel a su propio mito y enfrentó en un enconado duelo de actuaciones a su rival: Dolores del Río.
Sobresale en este período su trabajo en “Sonatas” (1959), coproducción hispano-mexicana basada en dos de los cuatro episodios conformadores de la famosa obra de Valle-Inclán. Ella fue la Niña Chole de “Estío”, ambientado en México, donde, rodeado por la exuberancia de la selva azteca, el marqués de Bradomín (Francisco Rabal), prosigue sus andanzas. La segunda historia de amor del galante caballero se desarrolla envuelta en una cruenta gesta libertaria. Otros cuatro títulos cerrarían su paso por la pantalla; el último sería “La generala” (1970), de Juan Ibáñez.
Los productores aguardaron por muchos años el lucrativo regreso de “La Doña” frente a las cámaras de cine, pero los guiones los rechazó una y otra vez. Se habló hacia 1982 con bastante seguridad de que asumiría el papel protagónico en la cinta “Toña Machetes”, versión de una novela de Margarita López Portillo, que fuera un fallido proyecto del Indio Fernández. “Si regreso al cine tiene que ser con un tema mexicano; ya encontré lo que deseaba: Toña Machetes es un personaje hecho para mí”, expresó en una entrevista. Sin embargo, la filmación se suspendió indefinidamente, lo cual suscitó comentarios de diversa índole en torno a las causas del paro del rodaje, entre estas la exigencia de la actriz de un elevado salario, algo luego desmentido. Otras fuentes difundieron que ella no logró hallar ningún coprotagonista de su agrado. La compañía productora entabló una demanda judicial ante la negativa a actuar en la película. Años más tarde se publicó que trabajaría para Jaime Humberto Hermosillo y el fotógrafo Figueroa en Eterno esplendor, una adaptación libre de la novela “Los papeles de Aspern”, del británico Henry james, en torno a una actriz retirada, famosa y legendaria que evocaba demasiado su propia historia, pero no pasó del proyecto.
Genuino mito inmortalizado por la cámara de Gabriel Figueroa y el pincel de su amigo Diego Rivera, una calle fue inaugurada en su honor con el nombre de “María Bonita” durante la XII Reseña Mundial de Acapulco (1987). “Nunca me he sentido vieja, ni creo que me sentiré”, declaró entonces con su habitual desenfado. Un año antes había recibido la más alta distinción de su carrera cinematográfica: el Ariel de Oro, y una década después fue condecorada con el título de Comandante de la Orden de las Artes y las Letras, la más alta distinción del gobierno francés.
Como una versión “marimacha” de la Garbo, María Félix viajó constantemente por Europa, solo que a diferencia de la sueca enigmática, no se paseaba de incógnito con vestidos poco favorecedores, ni ocultándose de los flashes, todo lo contrario. Era frecuente verla en los hipódromos donde corrían los caballos de su renombrada cuadra, en compañía de su cuarto esposo Alex Berger. El mismo día de su cumpleaños, 8 de abril, pero del año 2002, María Félix falleció en la ciudad de México. Aún es recordada por quienes logró impactar con su belleza y su peculiar voz, esa con la que reprochó en una ocasión a un periodista: “No me llame usted leyenda, que es una palabra que me suena a pasado”.

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