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¿Cambió la OEA o cambió América Latina?

10 de marzo de 2014

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La votación que acaba de efectuarse en el seno del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA),  donde el gobierno de Estados Unidos recibió una contundente y bochornosa paliza diplomática, -sin precedente para Washington en la historia de esa institución,- ha originado no pocas interrogantes y dudas acerca del futuro y la utilidad de la moribunda organización.

Si tenemos en cuenta que la OEA ha sido utilizada sistemáticamente desde su fundación como herramienta imperial sobre los países considerados por Estados Unidos como “patio trasero”, con el propósito de convalidar e incluso ejecutar muchas de sus fechorías intervencionistas y violaciones flagrantes de las soberanías latinoamericanas y caribeñas, no caben dudas de que ese reciente acuerdo rechazando cualquier tipo de injerencia o “mediación” referida al orden constitucional vigente en la República Bolivariana de Venezuela, representa la confirmación –una vez más en menos de dos meses,- de que Nuestra América vive hoy en medio de un cambio de época.

A raíz de la aplastante votación ratificando el principio de no-intervención y contribuyendo a preservar la independencia de Venezuela y la constitucionalidad de su gobierno libremente elegido en comicios ejemplares y pulcros que le valieron el reconocimiento mundial, con excepción del gobierno de  Estados Unidos, analistas y observadores de diferente signo se preguntan si de ahora en adelante, -vistos los resultados recientes dentro de la propia OEA y otros colaterales como los de la reciente II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC),- el otrora Ministerio de Colonias de Washington podrá seguir actuando como servidor impune de los intereses yanquis, como hasta no hace mucho, y amparando sus planes de dominación, agresión y sojuzgamiento.

Pienso, sin embargo, que las administraciones imperiales harán todo lo posible por mantener la existencia de la OEA y, de este modo, mantener una estructura latinoamericana y caribeña que les permita cierto grado de inserción e intentarán siempre traducirlo en influencia mediante los más variados métodos, incluidos  los más sucios.

La OEA como tal no ha cambiado ni cambiará; su esencia y estructura misma también hacen poco probable, -al menos por el momento,- su completa desaparición, aunque su respetabilidad haya caído finalmente por los suelos pues es mucha la sangre, los crímenes y las violaciones de todo tipo que acumula desde su creación, bajo el patrocinio de Estados Unidos y a la luz del Bogotazo de 1948.

“Con OEA o sin OEA ganaremos la pelea”, decía un popular refrán que el pueblo cubano esgrimió con decisión y energía durante los primeros años de la gesta revolucionaria cuando el gobierno imperial suponía que la nefasta organización le serviría para encubrir una intervención armada contra Cuba y poner fin a la heroica y precursora epopeya.

Ha pasado más de medio siglo y el gobierno de turno de Estados Unidos sigue ensayando,  cada vez con menos cómplices, utilizarla a su favor. Esta vez, sin embargo, son América Latina y el Caribe los que han cambiado, de una forma u otra y en mayor o menor medida, pero levantando los principios de la unidad en la diversidad.

Sin OEA, están ganando la pelea.

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