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Músicos y peloteros

28 de febrero de 2014

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musicospeloterosLa relación entre la música y la pelota en Cuba comienza en las décadas finales del siglo XIX, cuando las orquestas de Miguel Faílde, en Matanzas, y Raimundo Valenzuela, en La Habana, amenizaban los partidos dominicales; sin embargo, poco se conoce sobre varios peloteros, muchos de ellos grandes estrellas, que tuvieron que escoger, en algún momento de su vida, entre la música y el deporte.

Ya en el siglo XX la relación de diversos jugadores con la música fue cada vez más visible. Uno de los ejemplos más recordados es el de José de la Caridad Méndez, conocido como El Diamante Negro, miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, en Nueva York, por sus relevantes actuaciones en las Ligas Negras norteamericanas.

José de la Caridad nació en Cárdenas, Matanzas y, de forma autodidacta, aprendió a tocar el clarinete y la guitarra. Otro atleta, Francisco Panchón Herrera, primera base de los Rojos del Habana y de los Filis de Filadelfia en las Mayores, tocaba el quinto en una rumba.

En la historia ha quedado Rafael Cueto, no precisamente por su labor como receptor de equipos semiprofesionales santiagueros en la década del veinte, explica Félix Julio Alfonso en su libro “Con las bases llenas”, sino por su inclusión dentro del famoso Trío Matamoros.

Otro ejemplo de pelotero con grandes amistades dentro del complejo mundo de la música fue Bartolo Portuondo, jugador de cuadro de los clubes Habana y Almendares en las décadas de 1910 y 1920. Bartolo era amigo de músicos como Eliseo Grenet y Sindo Garay. Él estimuló a sus hijas a dedicarse a la música y una de ellas, Omara Portuondo, continúa impresionando por el virtuosismo que le imprime a sus interpretaciones.

En la lista de hombres que se iniciaron en el béisbol y luego se convirtieron en músicos no puede faltar Eduardo “Tiburón” Morales quien jugó en siete Series Nacionales, en las que promedió para 237 y luego alcanzó la fama como vocalista de “Son 14”, una agrupación inolvidable, creada en Santiago de Cuba por el maestro Adalberto Álvarez.

Entre los peloteros cubanos que luego fueron músicos es imprescindible incluir a dos brillantes lanzadores: Manuel Alarcón y Rolando Macías.

A mediados de los años sesenta, solo el esfuerzo del oriental Alarcón pudo frenar al equipo Industriales, ganador de cuatro campeonatos consecutivos. El complejo movimiento en el montículo de Alarcón, en el que mostraba su número a los fanáticos situados detrás del home, su excelente velocidad y control lo llevaron hasta el equipo nacional que intervino en los Centroamericanos de Kingston, en 1962, y en los Panamericanos de Sao Paulo, en 1963, y Winnipeg, en 1967. Después de su retiro, Alarcón siguió ganándose la vida como cantante profesional en diversos centros nocturnos de Bayamo.

La historia de Rolando Macías es interesantísima, porque este hombre tuvo que decidir entre la música y la pelota. Con su decisión tal vez se perdió a un buen músico; pero se ganó a un excelente lanzador.

Macías estudió el saxofón, aunque sobresalía más por su trabajo en la percusión y formó parte de varios conjuntos, entre ellos la Banda Gigante de Benny Moré. En 1966, Macías se vio en la obligación de escoger y optó por el béisbol. La vida le dio la razón, porque integró en diversas ocasiones la selección nacional. En sus 15 temporadas, Macías, conocido también como “el Músico de San Fernando de Camarones”, su lugar de nacimiento, ganó 110 partidos y solo perdió 65.

Es probable que en esta lista falten algunos nombres y seguramente en el futuro se incluyan otros. Tal vez no sería arriesgado escribir que en poco tiempo o dentro de unos años podríamos escuchar un son, un reguetón o cualquier combinación de géneros musicales que nos depare el futuro en el que la idea principal sea la hazaña de una selección o la vida de un pelotero, quizás escrita y cantada… por el mismo jugador.

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