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El arte de celebrar a Luis Carbonell

17 de enero de 2014

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Luis Mariano Carbonell y Pullés cumplió noventa años. Podría parecer que para celebrarlo invocamos su antigua permanencia o la gozosa mansedumbre de un reposo al que no llega ni aspira este mulato de estirpe santiaguera, nacido el 26 de Julio de 1923, bajo la advocación de un personaje que está entre la realidad y la ficción, Santa Ana, pues a la madre de María de Nazaret, la Virgen, nunca se le menciona en los textos canónicos del Nuevo Testamento sino que llega a través de tradiciones orales o de los evangelios apócrifos.
En nota reciente un profesor y poeta, de extendidos saberes y memoria azarosa, coterráneo del celebrado, fundamentó su voto durante unos juegos florales alegando que el premiado había permanecido largamente en los ámbitos de la Cultura cubana. No se sabe si coronaban a un andarín o a la habilidad de un personaje para deambular, ligero de peso y valía, a través de las bellas letras. No este el caso. Desde la década del cuarenta del siglo XX Luis Mariano viene arrollando, a pasitos cortos y firmes, como los de la conga de su ciudad rumbosa y enfebrecida, y ha dejado una estela singular. Nadie más que él transitó esas calles. Avanza solo, sin nadie que le preceda ni le siga. Viene arrollando en su extraña y única fiesta, con algunos pioneros o seguidores que, sin embargo, nunca le logran alcanzar sino por rutas paralelas.
En Carbonell se produce la confluencia de dones y la férrea disciplina. Por un lado tiene, como pocos, la facultad perfecta de “cuadrarse en la clave cubana”, el gusto y la medida, la pasión por la palabra dicha de viva voz, la capacidad de leer donde nadie atisba y la humildad de saberse permanentemente en el camino. Por otro lado está una luz que le viene desde antiguo y le conecta con la tradición de los Dueños de la Palabra de todos los siglos.
Como debería ser, es un poeta principeño, Emilio Ballagas, quien primero lo coloca en su sitio: la juglaría, es decir, en los espacios de lo que hoy llamamos Cultura Popular, que es donde se puede entender y valorar a la poesía antillana, el costumbrismo de las estampas, la narración oral ejercida como arte renovado o su contribución al desarrollo de la música cubana. Después de Ballagas han venido otros poetas hasta arribar a la definición de Miguel Barnet, quien lo define como “paradigma de la narración oral latinoamericana”. Luis Carbonell es un artista oral, sacarlo de ese entorno es desdibujarlo o reducirlo a cierto pintoresquismo que negaría, incluso, su contribución trascendente a las expresiones humorísticas, que justifican y ratifican el merecimiento del Premio Nacional del Humor, además del Premio Nacional de la Música.
Para estos jolgorios, comenzados en marzo con la entrega del Diploma al Mérito Artístico del Instituto Superior de las Artes de Cuba durante el Festival de Narración oral Primavera de Cuentos 2013, el musicólogo y editor Radamés Giro preparó el libro, El arte de Luis Carbonell, de las Ediciones Museo de la Música, que hace, en brevísima síntesis, un recorrido por la obra de este artista y su recepción.
Hay que agradecer los testimonios y valoraciones, aunque quizás hubiese sido necesario incluir otros textos fundamentales como los escritos por Luis Amado Blanco, Feliz Pita Rodríguez o rastrear la nota de Alejo Carpentier, escrita en 1958, donde se reseña el recital de cuentos de venezolanos que presentara este artista en el Teatro Municipal de Caracas y que apareciera en El Nacional, periódico de aquel país dirigido entonces por el intelectual Miguel Otero Silva, cuyo jefe de redacción era uno de los más importantes cuentistas iberoamericanos, Oscar Guaramato. Sin embargo, debemos reconocer la calidad y justicia de lo seleccionado, destacando la sección donde no solo se transcriben poemas y poetas conocidos, sino que, hasta donde sabemos, por primera vez se incluyen las llamadas estampas costumbristas apelando a un sistema de transcripción útil para los amantes del género y los investigadores de la Oralidad, pues Giro no se limita a reproducirlas sino que apela a la particular manera de partir la frase y distribuir los versos que tiene Luis Carbonell. Por suerte tenemos el documental de Ian Padrón, los discos, los viejos quinescopios y videos de la Televisión Cubana y esta versión escrita que, de conjunto, permitirá a los estudiosos apreciar en su justa dimensión la obra de este artista. Generalmente nos llegan textos, documentos escritos, que no dejan testimonio de los lenguajes no verbales o de la función del cuerpo del artista como productor del sentido de su discurso o del fraseo, el tono, el timbre, el ritmo de la voz o los silencios, que en ocasiones son más expresivos que las mismas palabras. Para pasado mañana, sin embargo, los que seguro se acercarán a la obra del acuarelista de la poesía antillana no tendrán los impedimentos de otros gracias a la labor sostenida de investigadores y al interés y la vigencia que tiene la obra de este nonagenario personaje.
Celebramos su vida, como corresponde, por gratitud y por decencia. Para hacerlo se apela a todos los posibles. Hoy un libro, ayer un diploma honorifico, sin embargo nada podrá superar al mayor de los elogios, al de más larga huella: habitar en el imaginario cubano, donde ya está, y para siempre, cómodamente instalado Luis Mariano Carbonell y Pullés.

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