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Huelga en la memoria

22 de noviembre de 2013

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El hombre con el traje a rayas cierra los ojos y trata de concentrarse. A su alrededor los gritos de miles de fanáticos no cesan; pero él se siente solo. En su mano tiene una pelota y muy cerca se imagina a otro hombre, con un bate de madera en la mano, dispuesto a descifrar su lanzamiento y pegarle duro a la bola.

Falta poco para el final, quizás un solo envío. Una recta en la esquina de afuera o tal vez un curva pudiera definir el campeonato y darle la medalla de oro a Cuba.

Los jugadores cubanos están fuera del banco. Esperan a que todo termine para congratular al hombre que ahora mismo abre los ojos y se seca el sudor que amenaza con caer en sus ojos. El público sigue gritando, aunque desde el terreno es muy difícil entender las miles de voces congregadas en el estadio de la ciudad de Cartagena, en Colombia, sede del torneo Mundial de béisbol de 1970.

Con un casco negro en la cabeza, el bateador norteamericano pide tiempo al árbitro. Toma arena en sus manos. No hay nadie en las bases y su equipo pierde por dos carreras en el final del noveno capítulo.

Su misión es embasarse; pero la tarea no parece sencilla, el hombre del traje rayado con cuatro letras sobre el pecho se ha mantenido indescifrable y solo le han podido conectar un hit y ya acumula seis ponches en cuatro entradas de actuación como relevista.

El conteo es parejo, dos strikes y dos bolas. La escena queda lista. El lanzador toma impulso, levanta el pie, suelta la pelota con fuerza y comienza el lento camino del recuerdo, de mirada retrospectiva a sí mismo.

El ingenio azucarero Tuanicú está ubicado en la actual provincia de Sancti Spíritus, en el centro del país. La vida en el campo siempre fue muy dura. Los jóvenes, además del trabajo, se entretenían en jugar a la pelota. En ese ambiente creció un pequeño muchacho al que sus padres nombraron José Antonio Huelga. Sus amigos nunca pensaron que, años más tarde, su compañero de juego ocuparía grandes cintillos de periódicos; pero eso sería después, mucho después.

Poco a poco José Antonio fue perfeccionando sus movimientos como lanzador. Tiraba duro y esa habilidad llamó la atención de los entrenadores, por lo que fue convocado para formar parte del cuerpo de pitcheo del equipo Las Villas que jugaría en la sexta edición de la Serie Nacional de béisbol. Con solo 19 años, José Antonio compartió camerinos junto a estrellas ya consagradas como Rolando Macías, Aquino Abreu, Modesto Verdura, Gaspar Legón y Andrés Leyva, entre otros.

Al principio le asignaron el rol de relevista. José Antonio debutó en la pelota cubana el 5 de enero de 1967 y perdió el desafío 2 carreras por 1 ante Industriales, un equipo guiado por el brazo del excelente cerrador Raúl “la Guagua” López. Luego de varias actuaciones como relevista, José Antonio pudo al fin abrir un partido y el 26 de enero venció con facilidad 6 por 1 a Orientales. En total, en su campaña de novato, José Antonio tuvo un récord de 3 juegos ganados y 4 perdidos. Ese sería el comienzo de una de las historias más brillantes en Series Nacionales.

En 1968, José Antonio jugó para el equipo Azucareros y ganó 16 partidos frente a solo 5 derrotas. Las puertas del equipo nacional estaban abiertas para el prometedor lanzador. Un año después integró la selección que obtuvo el título al derrotar, de forma espectacular, a Estados Unidos en el Mundial de República Dominicana. Gaspar “el Curro” Pérez fue el hombre grande por Cuba en aquel evento. Todavía no era el momento de José Antonio.

Cartagena, Colombia, acogió en 1970 a la XVIII edición del Campeonato Mundial. En la etapa clasificatoria, Cuba y Estados Unidos mantuvieron una férrea lucha por el primer lugar. Los norteamericanos, de la mano del tirador de nudillos Burt Hootton, vencieron a los cubanos en el juego entre ambos; sin embargo, luego perdieron de forma sorpresiva ante Puerto Rico y ese desenlace forzó a una serie de desempate entre norteños y cubanos al mejor de tres.

El director Serbio Borges decidió utilizar en el primer desafío a su mejor hombre. José Antonio se enfrascó en un bonito duelo ante Hootton. Pasaban los innings y la pizarra del estadio colombiano se llenaba de ceros, hasta que, en el onceno capítulo, los cubanos lograron marcarle dos carreras a Hootton y así consiguieron la primera victoria en la serie. José Antonio lanzó las once entradas y apenas permitió 6 imparables a la ofensiva norteamericana.

Al día siguiente se efectuó el segundo encuentro. El lanzador cubano no pudo aguantar a los estadounidenses y estos tomaron el mando del partido con rapidez. Serbio Borges no esperó mucho más y trajo a su mejor tirador durante el torneo. José Antonio relevó en el quinto capítulo y controló la rebelión norteña.

La ofensiva antillana se recuperó, empató y luego tomó el mando del juego, cinco carreras a tres. Así se llegó al noveno capítulo, dos outs, dos strikes y dos bolas y desde el montículo el hombre lanzó con toda sus fuerzas la pelota.

El bateador la siguió desde el mismo momento en que salió del brazo del rival. Deseaba conectarla y que se esta se elevara y picara en territorio de nadie para poder llegar a primera y revivir las esperanzas de su equipo. Pero esa bola era demasiado para él. No la vio pasar. Con desespero alcanzó a observar como el árbitro principal hizo un movimiento hacia atrás y le cantó el tercer strike, el último del juego, el último del campeonato.

Después de ese strike, de ese partido, de ese torneo, José Antonio ya no sería más José Antonio, ni siquiera su extraño apellido, Huelga, importaba. En lo adelante todos repetirían, para referirse a él, un único epíteto: Héroe de Cartagena.

Nada parecía detener a Huelga. Brilló en las temporadas nacionales de 1971 y 1972. Integró la selección nacional a los Panamericanos de Cali, en 1971 y al Mundial de Nicaragua de 1972, decidido por el cuadrangular de Agustín Marquetti. Allí incluso lanzó un juego perfecto ante la débil República Federal Alemana.

Pero la vida de Huelga no estaba destinada a durar mucho tiempo. En la madrugada del 4 de julio de 1974 un accidente automovilístico, ocurrido en la carretera del Mariel, en La Habana, terminó con la vida de uno de los mejores lanzadores de todos los tiempos en el béisbol cubano. Huelga tenía solo 26 años.

Su nombre aparece en todos los libros de récords. Más de tres décadas después de su desaparición física, Huelga todavía es el líder en promedio de carreras limpias con 1,50. Nadie parece capaz de superar esa extraordinaria marca.

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