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Memoria y cuenta a Teresita Fernández

15 de noviembre de 2013

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Sonora carcajada o frase cortante, como cuchilla al viento, como valladar risueño. Eso, eso mismo estará provocando en Teresita Fernández el título. Ella escapó del Tiempo, pero a mí, a nosotros, apenas nos queda: este gastado, muerto, que escapa.
Regreso por razones de fuerza y de gozo, y por sinrazones. Es que su partida nos descolocó de tal manera que algunos nos tornamos solemnes, demasiado adultos y adustos. Mediocres. Y su burla está siendo implacable, la siento.
Mejor sea, con palabras claras, dar testimonio de su generosa e irradiante pobreza. Cuando vivía en la calle Clavel, o antes, cuando no tenía ni donde apoyar la cabeza – como su Maestro- estaba dispuesta a todas las generosidades, sin importar lo que vendría. Daba de comer a perros callejeros, a gatos buceadores y a seres humanos, muchos, con hambre y sed de justicia, pero también con necesidad de pan, “de miga y cáscara”. En 1994, cuando nació mi hijo, antes de dar las buenas horas, siempre hacía la misma pregunta: – Hijo, ¿no necesita dinero?, mire que ahora tengo, aproveche.
Esos años fueron luminosamente duros, y bien que lo sabemos.
Por providencia, que es algo más que azar, llegué hasta Mil años de cuentos, libro que ella nos regalara para que le contáramos historias al recién llegado. Se lo había mandado un tal Miguel, a través de Liuba María Hevia. Apenas hojeado me lo entregó. Así hacia siempre, circulaba el Amor, sin querer poseerlo, sin atraparlo ni siquiera entre buenas obras y razones.
Miguel no conoce a Teresita, al menos eso dice, sin embargo a través de los ojos y las palabras de Liuba y de Argelia Fragoso, y de la escucha atenta de sus canciones, nos la descubre entera. Ese tipo debe ser una buena persona o tener el alma en vilo. Escribió una dedicatoria que retrata a la Fernández de manera más exacta, más justa, de la que hemos podido garabatear en estos días. Por eso, sin su permiso, porque no lo conozco, porque no sé quién es ni dónde podré encontrarlo, publicaré su dedicatoria. Ella es sencilla, bien temperada, sabrosa como un domingo entre las yagrumas del Parque Lenin o una visita a Bethania.
No digo más, que sea Miguel el que hable:

Para Teresita:
No nos conocemos, Teresa, pero ¿me aceptarías este pequeño regalo?
No nos conocemos, y sin embargo me resultas tan cercana… ¿Y cómo no, cuando he oído tis canciones en boca de Liuba, y me han transportado a mi infancia, tan feliz?
Sé de tu amor por los niños, y de ti he oído algo muy, muy hermoso: ¿sabes lo que me dijo Argelia? Que si uno cierra los ojos, no le parece estar escuchando a una persona mayor, sino a una niñita ilusionada.
Bueno, a mí no se me ocurre que te pueda decir algo más bonito y más sencillo.
Por eso me he dejado llevar por un impulso (que espero no te resulte tan raro) y te ofrezco este libro. Para que las personas como tú nunca dejen de soñar. Y de hacernos soñar.
Dale a Liuba el beso que no puedo darle. Si lo piensas, verás que este libro no es sólo de parte mía sino también de ella.
Un beso, Miguel

En la siguiente página, Miguel pinta un duende sentado en la luna, las piernas bien abiertas y entre las manos un libro. Alrededor hay siete estrellas, y debajo un pedazo de la tierra, con una cama enorme, como para dos.
Nada más que contar, ahora tenemos delante el verdadero cuento, la historia de nunca acabar.

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