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Ana Karénina

5 de noviembre de 2013

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Soy de la generación que leyó la novela de Tolstói, impresionada por su abultado volumen, pero luego deseosa de que no llegara el trágico final para que no concluyeran los amores entre la heroína y el galán.
Ahora el Festival de Teatro de La Habana trajo a la escena de la sala Avellaneda del Teatro Nacional a la mujer que abandona a su familia por amor y que luego sabrá, con dolor, de la traición del hombre que ama.


La versión creada por el Teatro Estatal Académico E. Vagtangov se apropia del lenguaje de la danza para traducir a la escena el conflicto, y esa elección propicia también el protagonismo de la banda sonora. Ahí se suman la belleza y la funcionalidad del vestuario y la escenografía para construir un magnífico espectáculo teatral, ovacionado largamente por el público.
Se trata de un riguroso ejercicio artístico pues el clásico en que se inspira ha sido venerado por los lectores desde el siglo XIX hasta hoy, y ha sido trasladado al cine en más de una ocasión, también el ballet y la ópera han adaptado la tragedia a sus cánones, y hasta la televisión ha dedicado largos capítulos a narrar tan grande pasión. Así que aproximarse a Ana Karénina supone un riesgo creativo donde, a estas alturas,  lo que más importa es cómo contar la historia, cómo acercarla al espectador del siglo XXI  tan intensamente como lo hizo el venerado novelista ruso.


Y es ahí donde la directora traza su impronta con inteligencia  y delicadeza. El triángulo amoroso se va tejiendo sutilmente en un contexto hostil, donde los prejuicios darán al traste con la familia y con el amor. Cada escena de los protagonistas contrasta con las escenas de grupo, entre la intimidad y la explosión grupal se tensa la cuerda. Los objetos que mueven los actores para convertirlos en escenografía, sillas y barras, en escenas como la estación ferroviaria, el hipódromo, la casa de Ana, el teatro de la ópera. El empleo expresivo del color con blancos, negros, grises, rojos. La caracterización de los personajes por los principales intérpretes, de extraordinario puede calificarse el dueto Ana vs Karénin. La limpieza en la ejecución de las coreografías, y la emoción de los danzantes en cada gesto. El uso dramático de la música que alcanza un momento climático durante el encuentro de los amantes en la ópera, donde la interpretación de la soprano arrancó fuertes ovaciones.
Es cierto que se escapan reiteraciones, y es cierto que hubiera preferido otro subrayado para la muerte de la protagonista, pero hemos visto un espectáculo grandioso, que parece llegó a La Habana para recordarnos que es posible hacer teatro de gran formato y conmover al espectador. Yo me emocioné al ver repleta la sala Avellaneda, con espectadores de todas las edades ocupando hasta las escaleras. Y recordé esa tarde a Armando Suárez del Villar, porque sé que hubiera aplaudido el retrato de la pasión de Ana Karénina hecha por estos creadores rusos.

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