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Cuestión de enemigo

24 de septiembre de 2013

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Cuba y Estados Unidos reiniciaron conversaciones para un eventual restablecimiento del servicio de correo directo, que durante medio siglo se ha tenido que hacer por terceros países con todas las dificultades que ello conlleva.
Parecería un paso en positivo para la normalización de los vínculos bilaterales que durante décadas se han visto prohibidos y castigados por las leyes del bloqueo impuesto por la Casa Blanca y el Congreso contra la vecina isla.
Sin embargo, si el restablecimiento del correo postal bilateral pudiera mejorar la comunicación entre las partes, Washington sigue dando muestras de todo lo contrario.
Así lo evidenció el propio presidente Barack Obama, quien por estos días firmó la extensión, por quinta ocasión, de la Ley de Comercio con el Enemigo, cuyo principal destinatario y víctima es precisamente Cuba.
Y es que esa legislación resulta piedra angular para poder mantener el cerco económico, financiero y comercial contra nuestro país.
No por gusto que en junio del pasado año el jefe de sanciones de la Oficina de Control de Activos (OFAC), del Congreso, calificó esa ley como el sistema de castigos más integral, coherente y amplio jamás impuesto a otra nación.
Se trata de una legislación que nació al calor de la Primera Guerra Mundial. Rubricada por el presidente Woodrow Wilson, echaba mano al boicot económico cual arma económica contra el enemigo.
Luego fue John Kennedy quien metió a Cuba en ese saco en 1963, pese a la inexistencia de un estado de guerra contra la pequeña ínsula que había proclamado el carácter socialista de su revolución en las mismas narices del imperio.
Kennedy al igual que Wilson, pensó que una nación obligada a pasar necesidades se rendiría en cuestión de tiempo.
Sus cálculos, y de otros inquilinos de la Casa Blanca que le han precedido hasta hoy se equivocaron a despecho del billón 66 mil millones de dólares que esa política criminal ha costado a Cuba en pérdidas y daños.
Obama es uno de ellos y lo ha demostrado una vez más. Su ascensión a la presidencia levantó esperanzas en quienes apuestan por relaciones normales entre ambos países, e incluso por aquellos que, aunque quieren destruir el proceso revolucionario consideran que el bloqueo es una vía fracasada y contraproducente a tales intereses.
Y es que contrario a otras leyes que dependen del Congreso para destrabar la madeja de las sanciones contra La Habana, la referida legislación puede morir por decisión presidencial. Basta para ello que Obama no firme su extensión.
Ello no ha ocurrido durante todos estos años. Estados Unidos no le ha declarado la guerra formal a Cuba, pero continúa actuando como si así fuera. Parecería algo extraño cuando miles de cubanoamericanos viajan anualmente a nuestro país, donde por demás jóvenes estadounidenses se forman en la Escuela Latinoamericana de Medicina.
Si alguien tiene en sus manos hacer un gesto para dar impulso a un proceso gradual de normalización es el presidente estadounidense, quien ha recibido el reclamo de cientos de miles de personas de Cuba y de todo el mundo por la liberación inmediata de Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González.
Como mismo tiene la potestad de dejar morir la Ley de Comercio con el Enemigo, dedicada casi por exclusivo a Cuba, también puede dar vida a nuestros héroes, condenados prácticamente a morir en prisión. Solo tendría que firmar el indulto.
Poco le importó a Obama que en noviembre pasado la Asamblea General de la ONU aprobara, otra vez, una condena al bloqueo, con el apoyo de 188 países.
Se dice que el presidente de Estados Unidos es el hombre más poderoso del planeta, precisamente por el poder económico y sobre todo, militar, que están detrás de sus decisiones.
Pero en el caso de Cuba, ha demostrado más de una vez ser rehén de los objetivos más espurios y de las causas más innobles.

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