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¿Un S.O.S para el baile público en La Habana? (1)

13 de septiembre de 2013

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El baile como goce de carácter grupal deviene vehículo infalible para el disfrute y esparcimiento del pueblo. A través de la historia, la actividad bailable ha despertado interés para sociólogos, musicólogos, historiadores y hasta antropólogos, tanto en Cuba como en otros países; esto ha producido múltiples estudios muy puntuales y cuidadosamente periodizados en cuanto a su valoración, función social e histórica.

Para el músico y el bailador la actividad bailable deviene importante espacio de confrontación entre creación, intérpretes y disfrute mutuo.

Por un considerable número de décadas, transcurridas antes del triunfo de la revolución cubana de 1959, el espacio bailable, entiéndase salas y salones para su práctica, disfrute y uso social, estaba circunscrito en menor o mayor grado, fundamentalmente a perfiles especialmente diseñados para un desempeño asociativo/exclusividad para los participantes.

El baile como práctica y/o uso en función social, en realidad cobró su mayor auge y expansión muy en específico, en el interregno que atrapa los años 20 y 50 del siglo XX, etapa caracterizada por un alto consumo de danzones, danzonetes, guarachas, boleros, y el son en todos sus estilos y variantes.
Algunos estudiosos, insisten por el resalte del último decenio de este periodo, o sea el de los 50 -calificado por algunos, como los “fabulosos años cincuenta de la música popular cubana”. En verdad esta etapa de la música popular en Cuba, conoció del empuje del danzón de nuevo ritmo, el mambo y el chachachá; pero además, del aliento y popularidad de una verdadera constelación de intérpretes. Téngase en cuenta también, el desarrollo y expansión industrial de la radio, la televisión y el recurso discográfico.

Para estos años, cobraban amplio destaque, los formatos instrumentales conocidos como conjuntos, que revalorizaban  en el gusto y consumo de los amantes de la música popular; las orquestas del tipo charanga, hasta entonces desplazadas por los formatos jazzband, y como ya señalamos, las expresiones cantables se colmaron de grandes intérpretes, que la radio y el recurso fonográfico se encargaban en difundir plenamente, tanto en los planos nacionales como  internacionales.

El empuje de los bailes populares, luego del triunfo de la revolución cubana –ya despojados de la exclusividad y uso de los salones privados-, de manera abierta en realidad se adentró hasta los primeros años después de 1959, donde la actividad y como resultado a los programas políticos y culturales de igualdad e integración, experimentados en el país, paulatinamente desplazaron el segregacionismo racial y las diferenciaciones económicas, que lastraban la vida social cubana en distintos ordenes, incluyendo las actividades bailables.

En principio, los espacios destinados a estas acciones configuraban enclaves destinados a convocar sectores gremiales y monoraciales: cocineros, cocheros, artesanos, ferreteros, constructores, yesistas, detallistas, panaderos, representantes de selectas esferas del capital, y otras flamantes capas altamente exclusivas.

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